lunes, 31 de diciembre de 2012

Un año más


La nochevieja siempre me ha parecido uno de los momentos más especiales del año. Quizá sea por ese sabor nostálgico que me hace retrotraerme a la infancia primigenia:  el calor del encuentro familiar en torno a la mesa,  el eco de imágenes de humor delirante de Martes y Trece, las campanadas, las uvas…
Y, como siempre, parece momento de presencias y ausencias, de recuento de lo vivido durante todo el año y también de propósitos, deseos y horizontes.
Se trata de una fecha más y, al fin y al cabo,  a lo largo del año son muchos los momentos en los que podemos pararnos a reflexionar, a hacer balance y a mirar hacia el mañana con ánimos renovados: cuando empezamos un curso académico, cuando cumplimos años, cuando finalizamos una etapa profesional , académica o personal… El final del año es sólo uno más de ellos, envuelto, como toda la Navidad,  en el rito y la rutina de comidas, regalos y veladas familiares.
Pero a mí me ilusionan y me motivan todos esos puntos de inflexión porque suponen nuevas oportunidades , suponen coger aire para  mirar hacia adelante y abordar nuevos proyectos y continuar con los que ya están en pie.
Y también está el sentimiento agradecido y el poso de lo vivido en el año que se va:  nuevos rostros, experiencias, encuentros y mucha vida compartida. Personas, en definitiva.
Es imposible, en un momento así, no pensar en la cantidad de familias que atisban un mañana desolador y sin esperanza.

Son muchos los hogares en los que, de un modo súbito, violento y certero, la enfermedad irrumpe acabando con las ilusiones, las alegrías y la estabilidad del presente.
También  la crisis azota a todos los niveles a muchas las familias, nublando la posibilidad de realización de las personas mediante la dignidad del trabajo y generando cuadros de pobreza crónica que acaban con el bienestar y la alegría de las personas.
Ayer en la Iglesia celebrábamos el día de la Sagrada Familia y, si por algo se caracteriza la familia cristiana, es por la necesidad de no encerrar su felicidad en los muros de los vínculos de parentesco, sino por entender la familia en el sentido de comunidad donde la alegría y la tristeza no tienen sentido si no nos alegramos con los que se alegran y no sufrimos con los que sufren más allá de nuestro hogar inmediato.
Abrazar al 2013 es, para mí, abrir las puertas a un nuevo año  con esperanza y con valentía y con el deseo de que hacer camino sea caminar con otros, tender manos y despertar sonrisas, pues como decía León Felipe, “no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo”.


Feliz 2013.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La rutina de lo insólito


Muy frecuentemente, algunos acontecimientos, celebraciones o señalados eventos, por su rutina y por su tradicional cronología, pasan por nuestra vida fugazmente y apenas tenemos tiempo de  pararnos a saborear, disfrutar o reflexionar lo que celebramos.
La Navidad, esperado período de dilatado descanso para los estudiantes y un poco más corto para muchos trabajadores es, además,  para nosotros, el comienzo del frío invernal. Son días de gastos, comidas y eventos y  también tiempo de encuentros, fraternidad y familia.
 Apenas empezó ayer y  finalizará dentro de escasos días sin que casi nos demos cuenta entre el ajetreo de compras, comidas copiosas y fiestas familiares y, desgraciadamente, la tradición y la rutina parece que nos hacen no percatarnos de la insólita y siempre novedosa vigencia de lo que  celebramos.
Cuando felicitaba hace un par de días las fiestas a un compañero creyente, militante de justicia, alegría y compromiso, me decía : “Es muy grande lo que hoy celebramos”. Y no le faltaba razón.
Más allá del compartir, estar y encontrarse con la familia que hace más tiempo que no vemos y la alegría que ello provoca, el nacimiento de Jesús nos  agita con un mensaje  subversivo, radical y necesario: la debilidad.
Poner a los débiles y necesitados en el centro no es algo que resulte extraño o ajeno a la naturaleza humana. Al contrario, parece natural que cuando en una pequeña comunidad irrumpe una situación de especial debilidad o necesidad todo se articule poniendo a las personas afectadas en el centro.
Así, el nacimiento o la espera de un nuevo miembro en una familia genera expectación y todo se prepara para su llegada incluso mucho antes de ésta. También cuando la enfermedad azota de manera inesperada a una persona, la familia se organiza en función de ella para su atención y cuidado.
Sin embargo, esta dinámica de funcionar poniendo a los débiles en el centro, tan natural y obvia en el entorno cercano, se nos antoja difícil y complicada y a menudo se diluye en las esferas más amplias de la sociedad, la política y la economía.
Este Cristo que nace a la intemperie y  sorprende por su debilidad a un pueblo que aguarda, expectante, a un  caudillo de ejércitos poderosos tiene, hoy más que nunca , rostros en la realidad más cercana e inmediata.
Hay para quienes estas fiestas tienen un sentido meramente familiar ( para algunos, teñido por la nostalgia y la tristeza de las ausencias) . Para unos será lo vacacional lo más destacado y otros, con reticencia a lo religioso y su excesiva implantación, preferirán que pasen pronto sin prestarles mucha atención.
Para otros, sin embargo, acoger al Dios que nace, ahora y durante todo el año, supone tomar opciones vitales mucho más fuertes que la mera solidaridad eventual o la fraternidad del hogar.
Supone optar por una manera de mirar el mundo desde la compasión que no es, en mi opinión, el  simple paternalismo de dar un poco de lo que nos sobra a los que lo necesitan y vivir al margen de ellos, sino “padecer con el otro”.  Y si realmente nos duele , nos afecta y nos indigna lo que azota a los que más sufren, no queda otra solución que el compromiso  verdadero y la lucha por la justicia.
Celebrar la Navidad  cada año es acoger de nuevo ese mensaje de revolución que nos llega desnudo de ideologías y banderas y vestido tan sólo con la ternura hacia el otro, que nos revela que la verdad  y la felicidad está en la entrega gratuita y nos alienta haciéndonos saber que otro mundo está ya siendo posible.

Feliz Navidad.

viernes, 9 de noviembre de 2012

El futuro ya está aquí.




          “El futuro ya está aquí” . Lo pronosticó Radio Futura hace más de 30 años cuando cantaban su Enamorado de la moda juvenil.
Hoy , la globalización, la tecnología y los medios de comunicación extienden sus redes por todo el mundo a un ritmo vertiginoso que hace  que nos sea prácticamente imposible escapar a las nuevas formas de vivir, comunicarnos y relacionarnos que define el desarrollo tecnológico del presente.
Pantallas táctiles, acceso continuo a las redes sociales, a internet y a la mensajería instantánea permiten una conexión inmediata con la red global y con otros, posibilitando la transmisión de información en tiempo real con unas cotas de calidad cada vez más altas.
Mis amigos son un ejemplo bastante bueno de lo que supone estar al tanto de las últimas innovaciones del universo tecnológico. Algunos de ellos son inminentes ingenieros, biotecnólogos o periodistas y sus mismas carreras y la propia inquietud les hacen conocer la gestación y las aplicaciones de los últimos recursos de la telefonía móvil , la informática o las telecomunicaciones.
Varios  me acusaban el otro día de empeñarme en ir en contra de la tecnología por negarme a incorporarme a la comunicación con ellos mediante la mensajería instantánea del wassup. Mientras ellos conciertan nuestras reuniones y quedadas a través de esta aplicación, para avisarme a mí tienen que recurrir a los mensajes sms, pues mi móvil, cuya batería no se desprende porque le tengo puesto un trozo de celo en el reverso, no dispone de tan sofisticada tecnología.
Recuerdo también que, hace unos meses,  veía que Sonia, animadora del movimiento de la JEC y una de las personas más comprometidas que conozco, en una reunión con su grupo de chavales había confiscado los móviles de los muchachos metiéndolos en una bolsa al ver que ellos, estando sentados todos en una terraza unos junto a otros, se encontraban absortos en la comunicación a través de los móviles e indiferentes a lo que sucedía alrededor.
También cuando estuve en Nueva Delhi en el encuentro mundial de jóvenes me impactaba el hecho de que cada noche en el hotel nos dedicábamos a utilizar los portátiles para chatear con  familiares y amigos de nuestros países en lugar de aprovechar la ocasión irrepetible de una convivencia tan rica y diversa entre nosotros. 
Paradójicamente, al volver a los respectivos hogares, todos nos pasábamos horas y horas hablando a través de la red con los amigos internacionales que habíamos conocido allí.
Ante todos estos hechos mis amigos insisten en que lo malo no son las redes sociales y los nuevos medios de comunicación sino el uso que podemos llegar a hacer de ellos y la verdad es que tienen toda la razón.
Las posibilidades que hoy tenemos de llegar a distintas fuentes de información son las mayores que ha conocido la historia. El sesgo que conlleva el acceso a una única paleta de programas de televisión  o de prensa escrita desaparece cuando se abre ante nosotros un escenario como el de internet, donde todo el mundo puede, en principio, escribir, compartir y exponer sus ideas con libertad.
        La comunicación con personas que están al otro lado del mundo posibilita también el encuentro en otro soporte, el mantenimiento de una relación y el contacto con una realidad alejada geográficamente así como la riqueza enorme que supone acercarnos a  conocer desde "cerca" otra cultura: otros modos de vivir, pensar y sentir.
También la tecnología punta de la telefonía móvil y la mensajería nos permiten un contacto directo y continuo con las personas cercanas, conocer sus situaciones y atender sus necesidades como nunca antes se ha podido.
Sin embargo, creo que hemos de tener cuidado de no sustituir el calor de la palabra hablada frente a las pantallas táctiles, de saber disfrutar de los momentos y estar en los sitios, sin la esclavitud continua de aparatos que nos conectan con personas que están en lugares distintos y situaciones distintas y que, en ocasiones, nos hacen evadirnos del lugar en el que estamos y perder la magia y lo irrepetible del espectáculo de  la vida pasando ante nuestros ojos que, ocupados  y preocupados por captarlo , compartirlo y retransmitirlo todo, se olvidan de vivirlo.



viernes, 2 de noviembre de 2012

Ecos de otro mundo


En mi infancia me fascinaba la celebración anglosajona de Halloween. Era un chaval inquieto al que siempre le maravillaron las criaturas de la noche y los seres que pueblan el imaginario sobrenatural que el hombre, desde antaño , ha soñado, temido y usado para dar respuesta en numerosas ocasiones a fenómenos y misterios que no encajaban en los límites de la explicación racional.
Y, a pesar de no haber celebrado nunca propiamente esta fiesta que hoy vilipendian tanto los que ponen en valor nuestra tradición de Todos los Santos , los difuntos y las castañas frente a las contaminaciones foráneas, siempre me sirvió como excusa para acercarme a ese universo apasionante a través de la imaginación, el cine y la literatura.
       La noche de Walpurgis, la víspera de difuntos...y toda esa geografía fantástica de licántropos, vampiros y fantasmas poblaban una inmensa galería de imágenes de cautivadora belleza para mí.
Pero más allá del elemento meramente fantástico de la fiesta estadounidense y británica, todos estos días también nos hablan de uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo: la muerte.
En ese sentido, ya un poco más mayor, me llamaba poderosamente la atención cómo Tim Burton en su Novia Cadáver ilustraba un mundo de los vivos completamente gélido y falto de vida, acartonado en el tedio de una atmósfera lúgubre y nostálgica, mientras que, paradójicamente, el mundo de los muertos era la explosión de la vitalidad y el color, de unos personajes libres y hedonistas que celebraban el presente al son de la música y la danza.
Cuando hace unos días mis amigos Nando y Guimaly me hablaban de las costumbres funerarias de Méjico y Venezuela volvían a mí estas reflexiones y me sorprendía ese modo de afrontar la muerte en que los vivos visitan los cementerios y beben y cantan para celebrar con gozosa alegría la vida de los familiares que ya partieron. Veo fotos de altares decorados, pasteles y mucho colorido para recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros.
      Quizá estas culturas nos llevan la delantera en el modo de asumir una circunstancia tan inherente al ser humano como es la muerte y de hacerlo desde la vida y la celebración cuando aquí nuestra tradición se define más hacia el luto, el silencio y el duelo largo y austero que marcan las ausencias.
A veces, acercarte a una misa de difuntos da escalofríos sólo por escuchar a sacerdotes hablar de rendir cuentas a Dios, de la corruptibilidad de la carne o de los pecados del difunto. Sólo les falta parafrasear a Dante para hacer una enumeración de los círculos del infierno.
En cambio, tengo la suerte de contar con una serie de amigos curas cercanos que ofrecen otra visión y otra experiencia completamente distinta en su relación con situaciones y personas donde  la muerte se hace presente.
          Uno de los que más me interpela, por su hermosa capacidad para discernir los signos de esperanza y de vida en medio del mundo, es Pepe Moreno.
     Desde su vocación de sacerdote que le lleva a acercarse a realidades de muerte y sufrimiento siempre habla de estos temas tabú con una ligereza y naturalidad que a veces escandaliza, pero que sin duda se expresa desde el amor y la conciencia de la victoria de éste sobre la muerte.
Así, en su acompañamiento a una asociación de padres que han perdido a sus hijos revela cómo , en medio del dolor y la angustia, la pérdida puede ser lugar de encuentro para las personas, donde es posible sanar heridas y encontrar motivos para vivir.
       También lo es cuando pone sobre la mesa a compañeros sacerdotes fallecidos y lo hace desde el recuerdo caluroso y la alegría que hace sentir la presencia viva y cercana del espíritu, el carisma y el hacer de estas personas queridas entre nosotros.
            Es un tema lleno de aristas, delicado y doloroso y acercarnos a él supone encarar muchas preguntas y muy pocas respuestas pero siempre hay personas a nuestro alrededor capaces de iluminarnos y recordarnos, una vez más, aquello que el viejo Chaplin le decía a Claire Bloom en Candilejas: “Solo hay una cosa tan inevitable como la muerte: la vida”.

sábado, 27 de octubre de 2012

De tragedias y comedias.




Afirmaba Charles Chaplin que la comedia y la tragedia no se hallaban muy alejadas entre sí. “Mirada de cerca, la vida es una tragedia pero vista de lejos parece una comedia”.
Como otros genios capaces de dar una decidida zancada hacia adelante anticipándose al futuro mientras su coetáneos deambulaban y tanteaban caminos, el viejo Charles, durante toda una vida dedicada al séptimo arte supo no sólo retratar las pobrezas y las miserias de la parte más olvidada de la sociedad sino también imprimir una reivindicación social a su arte, soliviantando las conciencias de los espectadores de su tiempo y de los que nos seguimos acercando a su obra con el respeto y la admiración que nos merece una de las figuras más sobresalientes del siglo XX.
Por eso hoy me detengo en una de sus obras menos conocidas y que me devuelve, fresca y desgarradoramente hermosa, a la realidad.
Monsieur Verdoux, definida por él como “una comedia de asesinatos” ,esgrime la feroz crítica hacia la sociedad capitalista del momento, poniéndola delante del banquillo al condenar a un humilde trabajador de un banco abocado, por la crítica situación económica del país, a una trayectoria de crímenes.
Henri Verdoux es, por una parte, un frío y despiadado camaleón que contrae matrimonio con diversas mujeres de la alta sociedad para asesinarlas una vez que se ha beneficiado de sus fortunas pero también es, paradójicamente, un alma sensible que, cuando acaba de incinerar a una de sus víctimas en el horno crematorio, se sobresalta al encontrar una oruga en el camino y se apresura a depositarla en una rama para no pisarla.
      La ternura y la solidaridad de Monsieur se manifiestan cuando se encuentra con una refugiada sola y abandonada en el desamparo de la calle y cuando visita y cuida de su familia verdadera: su mujer discapacitada y su hijo, que padecen los efectos de la grave depresión económica del país.
           Finalmente,  Verdoux  enfila, durante su juicio, su ataque a la hipócrita sociedad que condena los crímenes individuales a la vez que bendice el negocio de las guerras y los conflictos.
En cuanto a ser un asesino ¿No lo fomenta la misma sociedad? No es la sociedad la que construye las armas con el único propósito de matar? Por un asesinato se es un villano. Por miles se es un héroe. Las cifras santifican”.
            Hoy, no sólo este discurso sino toda la denuncia política y social de Chaplin me arroja a la realidad con desconcertante actualidad.
A menudo en nuestra sociedad se condenan y estigmatizan comportamientos individuales al tiempo que se hace la vista gorda ante grandes dramas silentes que apenas conmocionan las conciencias colectivas.
       Así, la quiebra de un banco alarma a los gobiernos y a los inversores, su posterior rescate a costa del dinero público indigna a la ciudadanía, pero a casi nadie convulsiona el hecho de que gran parte de la actividad de las entidades financieras de más renombre se destina al tráfico de armamento que alimenta barbarie, muerte y guerra en países del tercer mundo.
         Tampoco los que rompen lanzas a favor de la vida, califican de asesinato el aborto y condenan deliberadamente a los que lo ejercen o lo defienden parecen ser los mismos que alzan la voz en contra de la violación del derecho a la vida que supone la sangría silenciosa del hambre en el mundo y que arrastra muchas más vidas que la interrupción del embarazo.
          Del mismo modo, nuestra recalcitrante jerarquía católica en su Sínodo se plantea la Nueva Evangelización empeñándose en condenar a las personas divorciadas y vueltas a casar, a los católicos que contraen matrimonio con personas de otras religiones y a los políticos que apoyan las bodas homosexuales, negándoles la comunión. 
         Otra vez más, en las antípodas de un mundo sangrante que, hoy más que nunca, necesita de manos y corazones para construir tolerancia, justicia y dignidad.
Mientras tanto, sobre la mesa del escenario de esta España nuestra, la muerte de 14 inmigrantes en el naufragio de una patera, el suicidio de un ciudadano antes de ser desahuciado y el intento por parte de otro de quitarse la vida.
          Y nuestro monarca, desde la India, parece emular al viejo Chaplin, aplicando el mismo caleidoscopio para retratar a nuestro país de grotesca tragicomedia:
“Desde dentro dan ganas de llorar, todo son penas pero desde fuera, España se ve mejor, sales más contento de la imagen de España.”

lunes, 8 de octubre de 2012

La geografía del corazón



Me ponen bastante nervioso los nacionalismos. De cualquier color, de cualquier ideología. No hablo, por supuesto, de los nacionalismos musicales, cuya estela impregna el color de la música clásica desde Bach hasta Albéniz con el sentir del pueblo, su cultura y su folclore.
Hablo, por supuesto, de los nacionalismos políticos. Y es que la misma idea del sentimiento exacerbado y exaltado de pertenencia a un espacio físico me parece contradictoria. Los sentimientos nos los despiertan las personas, los seres humanos, de carne y hueso y con nombre y apellidos y no la geografía.


Las emociones que nos suscita una tierra, un lugar, son sólo el reflejo de lo vivido a través de las personas que la pueblan o la poblaban: la huella material del paso emocional de otros por nuestra vida.
Así, soy capaz de sentirme apegado y vinculado a los paisajes que dibujan mi infancia, mi adolescencia y mi juventud.
Los conceptos exaltados de patria y nación me quedan a veces demasiado lejanos y si me paseo por la historia son muchos, desgraciadamente, los ejemplos de ideologías, planteamientos políticos y acciones que, amparándose en ideas tan ambiguas como éstas, aplastan los derechos y la dignidad de las personas individuales.
¿No estamos acaso hartos de escuchar la justificación de medidas que son presumiblemente las que España, las que el país necesita pero que agreden severamente la vida de los españoles?
¿Cuántas veces la apología de la patria, la nación o el patriotismo no han sido sino un modo de silenciar el latir del pueblo en favor de ambiciones imperialistas?




Hay también casos excepcionales de personas, líderes políticos que, siendo conscientes del momento que vivían, aprovecharon esos sentimientos de pertenencia a una nación para poner en el centro a las personas, barriendo diferencias y tendiendo puentes para construir una sociedad más igualitaria y tolerante. Vienen a mí memoria, como tantas otras veces, los nombres de Mahatma Gandhi en la India y Nelson Mandela en Sudáfrica.



              

            Y la historia también ha dado muestras comunitarias de unir en vez de separar: alguien supo soñar una vez que esa Europa dividida, con el fantasma del nazismo y la herida sangrante del holocausto aún latente, pudiera encontrar la paz, la reconciliación y la comunión en una comunidad económica, monetaria y política.

Y, aunque hoy la crisis ponga en cuestión todo esto, es evidente que el camino recorrido no se puede deshacer y que cada día tendemos y hemos de tender más a derribar fronteras y barreras, en busca de la comunidad universal que nos revela a todos como hermanos. También Saramago pronosticó una vez una Iberia unida, en futura comunión de España y Portugal.



A pesar de estas tendencias inevitables hacia la comunidad global, hoy parece que son muchos los catalanes que claman por la independencia  de su región, en un delirio separatista que se aviva en estos duros momentos para el país. Reafirman la identidad de su patria y abogan por el reconocimiento de Cataluña como estado europeo.
            Y yo, sinceramente, no puedo entender estos sentimientos exacerbados que incluso se inculcan a niños a los que, desde bien pequeños, llevan a las manifestaciones independentistas.
Si ojeo  un poco la historia de España, no termino de encontrar los capítulos donde Cataluña erige una autonomía que justificaría su independencia hoy al margen del resto de territorios hispánicos.
           Y cuando escucho los argumentos de que la pertenencia de Cataluña a España es un laste para su desarrollo económico, me imagino que, de igual modo, la pertenencia de España a la Unión Europea es una carga para ésta y, si avanzo un poco más , solo encuentro un trasfondo tremendamente egoísta, insolidario y egocéntrico, sin tener en cuenta que, gran parte de la emergencia y enriquecimiento de esta región se debió al sudor de muchos emigrantes andaluces y extremeños que partieron hacia allí varias décadas atrás.

Ante esto, prefiero quedarme con mi concepto de patria, lejano de exaltaciones y euforias, asociado a la la geografía más próxima de mi vida.
            Y, desde ese concepto caluroso ligado al terreno y la vivencia inmediata, se me revela el  otro más universal: el que me permite sentirme ciudadano del mundo, al que percibo como casa fraterna , como decía la voz en off de un bonito spot de televisión de hace algunos años que apunta, para mí, los rasgos de la verdadera patria:





Tu eres todos los kilómetros que has recorrido,
eres cada una de las personas que has conocido.
Tu eres los atardeceres que has visto,
todos los lugares en los que has amanecido.
Cada sabor , cada olor , cada alto en el camino.
Eres cada huida y cada reencuentro,
todos los mares en los que te has bañado.
Todos los caminos que has tomado,
cada cerro, cada valle, cada río.
Tu eres lo que has visto y lo que has vivido.


jueves, 27 de septiembre de 2012

Escribiendo la historia


Hace un par de días,  Fernando Trueba, con motivo de la presentación de su última película en un programa de televisión sostenía que el cine es la única memoria verdadera para un país. Si una persona se pasa todo un año leyendo periódicos y viendo telediarios de un determinado lugar no logrará capturar una idea tan clara de la realidad de un pueblo como a través del cine que tiene como trasfondo la cultura, las formas de vida , de pensar y de sentir del mismo.
Se emitió, al hilo de la entrevista, la película El año de las luces, film que retrata el despertar del amor, la sexualidad, la vida y el deseo emergente en un joven de quince años que es internado en un sanatorio de la frontera portuguesa, luces que alumbran el oscuro trasfondo de la posguerra y el inicio del franquismo en el año 1940.
Curiosamente o quizá muy premeditadamente, El año de las luces forma un díptico con la más conocida obra del director Belle époque, recreación bucólica y alegre de una época perdida o bien la nostalgia de lo que pudo ser y no fue: el preludio, en 1930, de la Segunda República Española que el largometraje refleja como el ilusionante horizonte que se dibujaba en  una España donde florecía la libertad de pensamiento, el deseo de vida y el anhelo de progreso.
A mí, personalmente, me resulta inevitable intentar retrotraerme e imaginar esa época, época en que mis abuelos nacían o daban sus primeros pasos, y preguntarme qué hubiera ocurrido si ese horizonte no se hubiera visto tan brutalmente ensombrecido y silenciado por la barbarie de una guerra civil y la negra estela de una dictadura de cuarenta años.
No sé qué habría pasado si nuestros más brillantes intelectuales, poetas y artistas no se hubieran exiliado, o hubieran sido silenciados o encarcelados y si el aislamiento social, económico  y político, así como la represión no hubieran lastrado el desarrollo de nuestro país durante tanto tiempo.
Los que me conocen bien saben que no creo en la idea de destino, de que “ las cosas pasan porque tienen que pasar” sin más vuelta, puesto que para mí supone asumir la derrota y abnegación que significa aceptar que no llevamos el timón, que no controlamos las riendas de nuestra vida.
Por eso no creo que los acontecimientos del pasado fueran inevitables y sólo así podíamos aprender de ellos. Por eso creo que asomarnos a la historia supone aprender de los errores pero también reconocer a tantas y tantas personas que, con sus afanes y su vivir diario y cotidiano eran dueños y capitanes de sus vidas a pesar de que otros tantas veces se hayan enfundado el poder de dirigir y condenar sus destinos.
Y por eso hoy, cuando observo el cerco al Congreso de los Diputados, me alegra y me reconforta el pensar que miles de españoles tienen la voluntad de ser los dueños de su destino, de decidir por ellos mismos y de escribir una historia propia que late a fuerza de indignación, la indignación ante unos políticos que, con desbordante cinismo comparan la manifestación con la intentona golpista de 1981, de los que ponen en primera línea de prensa las cargas policiales y la agresividad de los manifestantes y son  incapaces de leer la fuerza de la reivindicación y la evidencia de que son ellos los que, a través de su incompetencia y falta de dignidad, ejercen la violencia institucional que aprisiona golpe tras golpe a los más débiles.
Son los mismos que preconizan una veneración a una Carta Magna  según ellos intocable que hace tiempo que vendieron al mejor postor.
Ante ello, reafirmo el desafío, la necesidad y la responsabilidad de repensar y cuestionar nuestro sistema y  considerarnos autores y sujetos de una historia que debemos escribir nosotros, sin dejar que los políticos, los bancos o la economía dirijan y conduzcan nuestro destino al irremisible naufragio al que parecemos abocados.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La vocación de Powell


Me llamaba hace unos días, entre la emoción, el cansancio y la alegría inconmensurable, desde un centro  dedicado al tratamiento y cura de aves rapaces para su liberación, donde aprovechaba el verano para realizar las prácticas de su Grado en Biología.
        Lo conozco desde que tengo uso de razón. Es y ha sido siempre mi compañero, mi amigo y en la infancia lo recuerdo con esa inquietud incombustible y esa pasión por la naturaleza y los animales, en especial aquéllos que a muchos otros nos suelen parecer los más desagradables o peligrosos: los insectos, los arácnidos, los escorpiones.
No eran pocas las veces que en el colegio nos sorprendía a todos con alguna broma en forma de araña de plástico con cuyo inusitado realismo pretendía alarmar al personal.
En aquella época, mientras otros, la mayoría y los más populares pasaban los recreos en nuestro colegio jugando a fútbol y emulando a las grandes estrellas del Madrid, el Barcelona o la Selección Española, nosotros (éramos tres: Pepe, Luis y yo) gastábamos horas y horas hablando, soñando y dejando volar nuestra imaginación de niños a la luz de la fascinación del cine y la primera literatura: nos apasionaban las Pesadillas de R.L. Stine y los relatos de Allan Poe y nos fascinaban las gloriosas películas de terror de la Hammer o el imaginario del joven Tim Burton.
Pasar un día en el campo con los amigos era para él más una oportunidad de contacto con la naturaleza y de descubrimiento y búsqueda de distintas especies animales que de convivencia con otros.
Luego llegó el instituto, donde ganó el apodo humorístico de Powell, en honor al atleta jamaicano. Allí, lejos de tomar gran protagonismo en las actividades del centro o en los organismos de éste, pasó, como tantos otros alumnos, desapercibido.
           Sin embargo, todas esas inquietudes tomaron forma con el contacto con un profesor de biología del centro, incansable investigador y viajero , entusiasmado también por el mundo de los insectos y la vida de los seres más pequeños que pueblan la Tierra, quien le orientó para enfocar su carrera en esa dirección.




Y a mí, que siempre me ha costado profundizar en los laberintos de la ciencia más allá de la formación académica y nunca me han entusiasmado el trato con los animales más allá de los libros de texto o la pantalla cinematográfica, siempre me ha maravillado verlo a él, una persona no destacadamente extravertida ni muy dado a salir de fiesta ni a coleccionar grandes listas de amigos en las redes sociales, pero sí fiel en la amistad y auténtico en esa vocación de cuidar, estudiar y amar la naturaleza.

Veo últimamente a mucha gente, jóvenes sobre todo, perdidos o confundidos en la búsqueda de su verdadera vocación, del camino profesional ( y tan bien personal, afectivo…) que mejor les puede hacer desarrollarse y ser felices. A veces damos rodeos y rodeos sobre algo y nos olvidamos de que probablemente no sea tan importante el qué estudiamos sino el cómo o para qué. Yo también me planteo continuamente mi vocación: el lugar donde puedo servir más y mejor y desarrollar de mejor modo mis talentos y capacidades.


Pero cuando miro a Luis me alegro de esa forma tan sencilla y sin doblez de dedicarse y disfrutar con lo que siempre le ha hecho feliz y tocado la sensibilidad y de hacerlo sin pretensión de excelencia ni de gran competitividad, sino delimitando poco a poco su propio camino y definiéndolo desde la autenticidad que nos hace a todos diferentes, interesantes, creativos y originales.






jueves, 23 de agosto de 2012

Peregrinos de la confianza


Cuando hace poco más de una semana me montaba en el tren para ir a Barcelona y posteriormente al pequeño pueblo borgoñés de Taizé me invadía en primer lugar la inquietud , la inseguridad de viajar sólo y el desconocimiento ante lo que me iba a encontrar.
       Sin saberlo me estaba sumergiendo ya en las primeras horas del viaje en lo que la comunidad ecuménica de Taizé, un pequeño grupo de religiosos de distintas confesiones cristianas que veían la necesidad de sentar las bases de una convivencia y confianza entre humanos después de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, soñaron hace mucho tiempo y pusieron en práctica: la peregrinación de confianza a través del mundo.

Peregrinación, confianza, mundo…Probablemente estas tres palabras albergan tres claves fundamentales del estar en la vida desde la autenticidad, profundidad y plenitud que a muchos nos da el seguimiento de Jesús y el Evangelio: el ser peregrinos y no meros viajeros, turistas…                                                   

Son distintas las motivaciones de quienes llegaban allí y todos coincidían en que cada vez que habían visitado Taizé era distinta: cada vez es distinta porque nosotros somos distintos…
Así, para el peregrino, el viaje, el camino, es distinto no sólo por lo geográfico o lo material sino por la vivencia interior, el proceso vivido.

No podrás bañarte dos veces en el mismo río
Unido al peregrino está la confianza: la necesidad de desproveernos de lo accesorio, de viajar “ligeros de equipaje”.´

"No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis".

 Experimentar la aventura de una semana en medio de la naturaleza sin la esclavitud de internet, las redes sociales o los móviles, donde esperas una cola de miles de personas para recibir un pequeño plato de comida con un cubierto es una experiencia también de libertad y de autenticidad a la que esta confianza te lanza, de romper los corsés que la cultura y sus inercias nos imponen.
Confiar es desproveerse de las seguridades y desafiar el miedo. Para mí hubiera sido impensable hace unos años lanzarme a viajar solo en autobús con 33 jóvenes desconocidos hacia un pequeño pueblo francés donde se encuentran cada semana más de 3000 personas.
Pero todo eso cobra sentido con el descubrimiento del mundo, la comunidad universal que se revela al sentirte en conexión con cada ser humano, viéndolo no como extranjero o extraño sino como hermano, compañero y ciudadano con quien camino, siento y me encuentro en un mismo paisaje vital.
Es la confianza de sentirnos acogidos en casa fraterna allá donde vamos y de mirar al otro como igual más allá de las lenguas, las nacionalidades o las diferencias culturales.

"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?"


Y ese sentimiento es el que nos permite prender pábilos, tender puentes y construir lazos derribando fronteras y distancias y nos hace descubrir nuevamente a ese Dios que se muestra en la belleza humana revelando el milagro imparable e inagotable de la vida.