lunes, 3 de septiembre de 2012

La vocación de Powell


Me llamaba hace unos días, entre la emoción, el cansancio y la alegría inconmensurable, desde un centro  dedicado al tratamiento y cura de aves rapaces para su liberación, donde aprovechaba el verano para realizar las prácticas de su Grado en Biología.
        Lo conozco desde que tengo uso de razón. Es y ha sido siempre mi compañero, mi amigo y en la infancia lo recuerdo con esa inquietud incombustible y esa pasión por la naturaleza y los animales, en especial aquéllos que a muchos otros nos suelen parecer los más desagradables o peligrosos: los insectos, los arácnidos, los escorpiones.
No eran pocas las veces que en el colegio nos sorprendía a todos con alguna broma en forma de araña de plástico con cuyo inusitado realismo pretendía alarmar al personal.
En aquella época, mientras otros, la mayoría y los más populares pasaban los recreos en nuestro colegio jugando a fútbol y emulando a las grandes estrellas del Madrid, el Barcelona o la Selección Española, nosotros (éramos tres: Pepe, Luis y yo) gastábamos horas y horas hablando, soñando y dejando volar nuestra imaginación de niños a la luz de la fascinación del cine y la primera literatura: nos apasionaban las Pesadillas de R.L. Stine y los relatos de Allan Poe y nos fascinaban las gloriosas películas de terror de la Hammer o el imaginario del joven Tim Burton.
Pasar un día en el campo con los amigos era para él más una oportunidad de contacto con la naturaleza y de descubrimiento y búsqueda de distintas especies animales que de convivencia con otros.
Luego llegó el instituto, donde ganó el apodo humorístico de Powell, en honor al atleta jamaicano. Allí, lejos de tomar gran protagonismo en las actividades del centro o en los organismos de éste, pasó, como tantos otros alumnos, desapercibido.
           Sin embargo, todas esas inquietudes tomaron forma con el contacto con un profesor de biología del centro, incansable investigador y viajero , entusiasmado también por el mundo de los insectos y la vida de los seres más pequeños que pueblan la Tierra, quien le orientó para enfocar su carrera en esa dirección.




Y a mí, que siempre me ha costado profundizar en los laberintos de la ciencia más allá de la formación académica y nunca me han entusiasmado el trato con los animales más allá de los libros de texto o la pantalla cinematográfica, siempre me ha maravillado verlo a él, una persona no destacadamente extravertida ni muy dado a salir de fiesta ni a coleccionar grandes listas de amigos en las redes sociales, pero sí fiel en la amistad y auténtico en esa vocación de cuidar, estudiar y amar la naturaleza.

Veo últimamente a mucha gente, jóvenes sobre todo, perdidos o confundidos en la búsqueda de su verdadera vocación, del camino profesional ( y tan bien personal, afectivo…) que mejor les puede hacer desarrollarse y ser felices. A veces damos rodeos y rodeos sobre algo y nos olvidamos de que probablemente no sea tan importante el qué estudiamos sino el cómo o para qué. Yo también me planteo continuamente mi vocación: el lugar donde puedo servir más y mejor y desarrollar de mejor modo mis talentos y capacidades.


Pero cuando miro a Luis me alegro de esa forma tan sencilla y sin doblez de dedicarse y disfrutar con lo que siempre le ha hecho feliz y tocado la sensibilidad y de hacerlo sin pretensión de excelencia ni de gran competitividad, sino delimitando poco a poco su propio camino y definiéndolo desde la autenticidad que nos hace a todos diferentes, interesantes, creativos y originales.






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