Muy
frecuentemente, algunos acontecimientos, celebraciones o señalados eventos, por
su rutina y por su tradicional cronología, pasan por nuestra vida fugazmente y
apenas tenemos tiempo de pararnos a
saborear, disfrutar o reflexionar lo que celebramos.
La
Navidad, esperado período de dilatado descanso para los estudiantes y un poco
más corto para muchos trabajadores es, además,
para nosotros, el comienzo del frío invernal. Son días de gastos,
comidas y eventos y también tiempo de
encuentros, fraternidad y familia.
Apenas empezó ayer y finalizará dentro de escasos días sin que
casi nos demos cuenta entre el ajetreo de compras, comidas copiosas y fiestas
familiares y, desgraciadamente, la tradición y la rutina parece que nos hacen
no percatarnos de la insólita y siempre novedosa vigencia de lo que celebramos.
Cuando
felicitaba hace un par de días las fiestas a un compañero creyente, militante
de justicia, alegría y compromiso, me decía : “Es muy grande lo que hoy celebramos”. Y no le faltaba razón.
Más
allá del compartir, estar y encontrarse con la familia que hace más tiempo que
no vemos y la alegría que ello provoca, el nacimiento de Jesús nos agita con un mensaje subversivo, radical y necesario: la debilidad.
Poner
a los débiles y necesitados en el centro no es algo que resulte extraño o ajeno
a la naturaleza humana. Al contrario, parece natural que cuando en una pequeña
comunidad irrumpe una situación de especial debilidad o necesidad todo se articule
poniendo a las personas afectadas en el centro.
Así,
el nacimiento o la espera de un nuevo miembro en una familia genera expectación
y todo se prepara para su llegada incluso mucho antes de ésta. También cuando
la enfermedad azota de manera inesperada a una persona, la familia se organiza
en función de ella para su atención y cuidado.
Sin
embargo, esta dinámica de funcionar poniendo a los débiles en el centro, tan
natural y obvia en el entorno cercano, se nos antoja difícil y complicada y a
menudo se diluye en las esferas más amplias de la sociedad, la política y la
economía.
Este
Cristo que nace a la intemperie y sorprende por su debilidad a un pueblo que aguarda, expectante, a un caudillo de ejércitos
poderosos tiene, hoy más que nunca , rostros en la realidad más cercana e
inmediata.
Hay
para quienes estas fiestas tienen un sentido meramente familiar ( para algunos,
teñido por la nostalgia y la tristeza de las ausencias) . Para unos será lo
vacacional lo más destacado y otros, con reticencia a lo religioso y su
excesiva implantación, preferirán que pasen pronto sin prestarles mucha
atención.
Para
otros, sin embargo, acoger al Dios que nace, ahora y durante todo el año,
supone tomar opciones vitales mucho más fuertes que la mera solidaridad
eventual o la fraternidad del hogar.
Supone
optar por una manera de mirar el mundo desde la compasión que no es, en mi
opinión, el simple paternalismo de dar
un poco de lo que nos sobra a los que lo necesitan y vivir al margen de ellos, sino
“padecer con el otro”. Y si realmente
nos duele , nos afecta y nos indigna lo que azota a los que más sufren, no
queda otra solución que el compromiso
verdadero y la lucha por la justicia.
Celebrar
la Navidad cada año es acoger de nuevo
ese mensaje de revolución que nos llega desnudo de ideologías y banderas y
vestido tan sólo con la ternura hacia el otro, que nos revela que la
verdad y la felicidad está en la entrega
gratuita y nos alienta haciéndonos saber que otro mundo está ya siendo posible.
Feliz
Navidad.
En lo sencillo y cotidiano se esconde el Misterio.
ResponderEliminarEn lo usual, lo extraordinario.
Como a veces nos sorprende lo nuevo de lo viejo
y solo esbozamos sonrisas silenciosas
porque cada día es vida renovada.
Feliz Navidad, Álvaro.
En la belleza de lo propio,
ResponderEliminaren lo callado de lo inaudito,
en la blancura de lo manifiesto,
en la bondad de lo olvidado,
en la riqueza de lo entregado,
en la alegría de lo amado,
ahí te naces y nos nacemos,
como en el primer día,
cuando alguien dijo: que haya luz¡