miércoles, 26 de diciembre de 2012

La rutina de lo insólito


Muy frecuentemente, algunos acontecimientos, celebraciones o señalados eventos, por su rutina y por su tradicional cronología, pasan por nuestra vida fugazmente y apenas tenemos tiempo de  pararnos a saborear, disfrutar o reflexionar lo que celebramos.
La Navidad, esperado período de dilatado descanso para los estudiantes y un poco más corto para muchos trabajadores es, además,  para nosotros, el comienzo del frío invernal. Son días de gastos, comidas y eventos y  también tiempo de encuentros, fraternidad y familia.
 Apenas empezó ayer y  finalizará dentro de escasos días sin que casi nos demos cuenta entre el ajetreo de compras, comidas copiosas y fiestas familiares y, desgraciadamente, la tradición y la rutina parece que nos hacen no percatarnos de la insólita y siempre novedosa vigencia de lo que  celebramos.
Cuando felicitaba hace un par de días las fiestas a un compañero creyente, militante de justicia, alegría y compromiso, me decía : “Es muy grande lo que hoy celebramos”. Y no le faltaba razón.
Más allá del compartir, estar y encontrarse con la familia que hace más tiempo que no vemos y la alegría que ello provoca, el nacimiento de Jesús nos  agita con un mensaje  subversivo, radical y necesario: la debilidad.
Poner a los débiles y necesitados en el centro no es algo que resulte extraño o ajeno a la naturaleza humana. Al contrario, parece natural que cuando en una pequeña comunidad irrumpe una situación de especial debilidad o necesidad todo se articule poniendo a las personas afectadas en el centro.
Así, el nacimiento o la espera de un nuevo miembro en una familia genera expectación y todo se prepara para su llegada incluso mucho antes de ésta. También cuando la enfermedad azota de manera inesperada a una persona, la familia se organiza en función de ella para su atención y cuidado.
Sin embargo, esta dinámica de funcionar poniendo a los débiles en el centro, tan natural y obvia en el entorno cercano, se nos antoja difícil y complicada y a menudo se diluye en las esferas más amplias de la sociedad, la política y la economía.
Este Cristo que nace a la intemperie y  sorprende por su debilidad a un pueblo que aguarda, expectante, a un  caudillo de ejércitos poderosos tiene, hoy más que nunca , rostros en la realidad más cercana e inmediata.
Hay para quienes estas fiestas tienen un sentido meramente familiar ( para algunos, teñido por la nostalgia y la tristeza de las ausencias) . Para unos será lo vacacional lo más destacado y otros, con reticencia a lo religioso y su excesiva implantación, preferirán que pasen pronto sin prestarles mucha atención.
Para otros, sin embargo, acoger al Dios que nace, ahora y durante todo el año, supone tomar opciones vitales mucho más fuertes que la mera solidaridad eventual o la fraternidad del hogar.
Supone optar por una manera de mirar el mundo desde la compasión que no es, en mi opinión, el  simple paternalismo de dar un poco de lo que nos sobra a los que lo necesitan y vivir al margen de ellos, sino “padecer con el otro”.  Y si realmente nos duele , nos afecta y nos indigna lo que azota a los que más sufren, no queda otra solución que el compromiso  verdadero y la lucha por la justicia.
Celebrar la Navidad  cada año es acoger de nuevo ese mensaje de revolución que nos llega desnudo de ideologías y banderas y vestido tan sólo con la ternura hacia el otro, que nos revela que la verdad  y la felicidad está en la entrega gratuita y nos alienta haciéndonos saber que otro mundo está ya siendo posible.

Feliz Navidad.

2 comentarios:

  1. En lo sencillo y cotidiano se esconde el Misterio.
    En lo usual, lo extraordinario.
    Como a veces nos sorprende lo nuevo de lo viejo
    y solo esbozamos sonrisas silenciosas
    porque cada día es vida renovada.

    Feliz Navidad, Álvaro.

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  2. En la belleza de lo propio,
    en lo callado de lo inaudito,
    en la blancura de lo manifiesto,
    en la bondad de lo olvidado,
    en la riqueza de lo entregado,
    en la alegría de lo amado,
    ahí te naces y nos nacemos,
    como en el primer día,
    cuando alguien dijo: que haya luz¡

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