lunes, 31 de diciembre de 2012

Un año más


La nochevieja siempre me ha parecido uno de los momentos más especiales del año. Quizá sea por ese sabor nostálgico que me hace retrotraerme a la infancia primigenia:  el calor del encuentro familiar en torno a la mesa,  el eco de imágenes de humor delirante de Martes y Trece, las campanadas, las uvas…
Y, como siempre, parece momento de presencias y ausencias, de recuento de lo vivido durante todo el año y también de propósitos, deseos y horizontes.
Se trata de una fecha más y, al fin y al cabo,  a lo largo del año son muchos los momentos en los que podemos pararnos a reflexionar, a hacer balance y a mirar hacia el mañana con ánimos renovados: cuando empezamos un curso académico, cuando cumplimos años, cuando finalizamos una etapa profesional , académica o personal… El final del año es sólo uno más de ellos, envuelto, como toda la Navidad,  en el rito y la rutina de comidas, regalos y veladas familiares.
Pero a mí me ilusionan y me motivan todos esos puntos de inflexión porque suponen nuevas oportunidades , suponen coger aire para  mirar hacia adelante y abordar nuevos proyectos y continuar con los que ya están en pie.
Y también está el sentimiento agradecido y el poso de lo vivido en el año que se va:  nuevos rostros, experiencias, encuentros y mucha vida compartida. Personas, en definitiva.
Es imposible, en un momento así, no pensar en la cantidad de familias que atisban un mañana desolador y sin esperanza.

Son muchos los hogares en los que, de un modo súbito, violento y certero, la enfermedad irrumpe acabando con las ilusiones, las alegrías y la estabilidad del presente.
También  la crisis azota a todos los niveles a muchas las familias, nublando la posibilidad de realización de las personas mediante la dignidad del trabajo y generando cuadros de pobreza crónica que acaban con el bienestar y la alegría de las personas.
Ayer en la Iglesia celebrábamos el día de la Sagrada Familia y, si por algo se caracteriza la familia cristiana, es por la necesidad de no encerrar su felicidad en los muros de los vínculos de parentesco, sino por entender la familia en el sentido de comunidad donde la alegría y la tristeza no tienen sentido si no nos alegramos con los que se alegran y no sufrimos con los que sufren más allá de nuestro hogar inmediato.
Abrazar al 2013 es, para mí, abrir las puertas a un nuevo año  con esperanza y con valentía y con el deseo de que hacer camino sea caminar con otros, tender manos y despertar sonrisas, pues como decía León Felipe, “no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo”.


Feliz 2013.

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