jueves, 13 de junio de 2013

Babel



Mañana cubierta.
Ciudad dormida.
Los perros aún
deambulan por las calles
vacías de discursos de mercados nómadas
 y de miradas rotas de niños
que piden alientos de esperanza fútil.


 Despierta el día
con el anhelo de horizontes que se pierden
en la vaga certeza del camino.
La confianza
guía nuestra travesía por tierras de historia primigenia.

 Al fondo,
el pasado nos saluda, majestuoso,
con brillo de ancestral hegemonía:
Amor eterno,
celeste arquitectura
de milenarias pasiones encendidas.

Amanece.
El Sol asoma, caprichoso,
en el parto de un cielo gris enrarecido.

 Amanece
y me hablas.
Me hablas con tu geografía.
Me hablas
en el lenguaje de sueños
que invierten el curso de destinos implacables,
que hienden la tierra hambrienta
de semillas de frutal primavera.

Me hablas con tu música lejana
de aromas y embrujos.

Me habla,
insólito y virgen,
sabio y cautivador,
el mundo por tu boca.



lunes, 10 de junio de 2013

Vientos del pasado y del presente.



Mucho se escribe y se habla estos días en el circuito pacense del cuestionado acto de coronación de la Virgen de la Soledad que tuvo lugar el sábado pasado en la Plaza de España.
   Con el ajetreo de los exámenes, en las últimas semanas apenas he tenido tiempo de percatarme  de la preparación del evento, que se desarrollaba en el centro de la ciudad.
       Tras acabar el curso, este viernes se me presentó la oportunidad de una visita fugaz de día y medio a Salamanca. Se trataba de una invitación a la primera jornada de Cristianos en la Universidad-Cultura, un espacio de encuentro y diálogo  en torno al arte y el cristianismo y a las llamadas de compromiso del militante cristiano en el corazón del mundo educativo.
Entre las murallas de la capital salmantina, a la sombra de las  estatuas de ilustres pensadores, no es difícil sentir el halo misterioso y seductor de la belleza del saber y la espiritualidad que nos habla de Dios y del hombre, de su dignidad y de su capacidad desbordante para creer y crear.
El horizonte evangélico nos advierte de no perdernos en digresiones metafísicas y nos llama a poner los pies en la tierra y trabajar por la justicia en un momento en que la realidad educativa nos grita con el sufrimiento  de los estudiantes excluidos y azotados por los recortes y la mercantilización del saber, puesto en muchos casos al servicio de la economía y olvidándose de la construcción de la persona, su realización y su felicidad.
Al final de una de las sesiones de la jornada, una voz serenada por el decurso de la edad y el poso de la experiencia expresaba su alegría ante las inquietudes que allí se manifestaban.
Se trataba de Julián, un  señor cercano a los ochenta años, que  recordó en ese momento sus inicios como militante de la Juventud Estudiante Católica allá por la década de 1950, con el sabor vivo de esa Iglesia que quería despertar a su primavera con el espíritu renovado que eclosionaría en el Concilio Vaticano II.
Algunos de los que ahora navegamos en el barco de este movimiento tuvimos la suerte de compartir después un rato con él y nos alegramos de vislumbrar las pisadas de ese camino que, iniciado años atrás por otros jóvenes de incombustible inquietud, hoy nos sirve para mirar el mundo con otros ojos, formarnos, crecer y trabajar por la justicia y por los más pobres.
         Con este ánimo, cargado de nombres y de caras (algunas conocidas y otras nuevas) volvía ayer a Badajoz y, al consultar la prensa digital, me encontraba con las imágenes del acto de coronación de la Virgen de la Soledad, estampas de fastuosa opulencia que me recuerdan a ese acartonado nacionalcatolicismo de mantillas, palios y confesionarios que está en las antípodas del Evangelio subversivo que hunde sus pies en el barro de la realidad herida.
Hoy, de nuevo, intento respirar con el aliento del Espíritu descubierto en la vivencia del camino compartido y me entristezco ante los que piensan que toda la Iglesia se reduce a la parafernalia de rituales caducos y no late al compás del mundo y sus desafíos, con los ojos entornados y los brazos abiertos hacia los desahuciados de la historia.

“Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.”

(Luces de bohemia, Ramón María del Valle Inclán)