lunes, 1 de julio de 2013

El Reino no puede esperar

Podrán esperar
los himnos jubilosos del mañana,
los desfiles anacrónicos de lustre y poderío
y las promesas de prosperidad maquilladas
que escupen las bocas de presuntos mesías
salvadores de la patria.

Podrán esperar
los cáusticos pasillos acartonados
de burocracia infinita.

Podrá esperar
el rescate del magnate.

Podrán esperar
las fotos, las cumbres, los acuerdos,
las reuniones que postulan, deliberan, dictaminan.

Podrá esperar el fango en las conciencias
de los señores que ríen a mesa puesta
y gimen aflicciones a la galería.

Pero no podrá, no,
no podrá esperar
el olvido de los que duermen
en las cuencas del olvido.

No podrán esperar, vacías,
las tripas de los niños
que lloran en los pozos del abandono.

No podrá esperar
el retorno del exiliado,
el abrigo del desahuciado.

No podrá esperar
la revolución silenciosa del lebrillo
ni el perfume derramado sobre los pies,
como agua que sacia la sed,
como lluvia que anega los campos,
como candil que alumbra un abismo.

Podrán esperar
los discursos, las banderas, las ideologías
pero no esperará
la primavera asomando
por las ventanas de la historia.

No esperará,
como tampoco espera,
la leve cadencia del Sol
ni el vuelo indómito de tu risa en la mañana.

Hoy no puede esperar más
tu savia encallada en mi boca
ni la ansiedad de este mundo
que extiende sus brazos para acariciar
la esperanza proclamada en una brisa
la alegría inventada en tu sonrisa
y la vida prometida en un susurro.






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