sábado, 30 de noviembre de 2013

De concertinos y concertinas

Hasta hace pocos días y desde mi más tierna infancia pensaba que el concertino o concertina era aquél violinista aventajado que, situado en la primera fila frente al público y en el lado iquierdo del escenario, daba la afinación al resto de los instrumentistas antes de comenzar el concierto de una orquesta sinfónica.

Pero la lengua es un instrumento cambiante que se transforma a un ritmo mucho mayor de lo que pensamos para   reflejar las realidades nuevas que van surgiendo en el mundo y nuestro gobierno central, al que parece que esto de la música y la cultura no es algo que le entusiasme demasiado, se ha apresurado en darle un nuevo  y afilado sentido a esta palabra.

Se trata de las famosas cuchillas instaladas en la valla fronteriza de Melilla que el Ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha calificado de “elemento de disuasión pasivo”.

El señor Fernández Díaz, que se define como cristiano y católico y es,  además, miembro supernumerario del Opus Dei, considera que dichas cuchillas provocan “erosiones leves ,superficiales” a aquellos que intentan sobrepasarlas.

Este santo varón es, además, quien ha suavizado sensiblemente su anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana, que ahora contempla, por ejemplo, multas  de entre 1.001 y 30.000 euros por infracciones como  La perturbación de la seguridad ciudadana que se produzca con ocasión de reuniones frente a las sedes del Congreso de los diputados, el Senado y las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas, aunque no estuvieran reunidos…” y “ Las ofensas o ultrajes a España, a las Comunidades Autónomas y Entidades Locales o a sus instituciones, símbolos, himnos o emblemas, efectuadas por cualquier medio, cuando no sean constitutivos de delito.”


Me imagino que se tratará de una serie de normas de disuasión pasiva a los ciudadanos que tan solo provocarán erosiones leves y superficiales en el ejercicio de sus derechos y  libertades.

Concertinas para defendernos de los de dentro y de los de fuera, pues mucho parece que es lo que hay que temer en ambos frentes ahora que la indignación se acrecienta en el espectáculo de una España en la que ve la luz  la LOMCE con el rechazo de toda la comunidad educativa y una gran parte de la sociedad mientras que la Justicia les impone penas irrisorias a corruptos como Fabra y Díaz Ferrán.

Y respecto a la inmigración y ahora que se acerca la Navidad, no me quiero ni imaginar cómo este devoto creyente y ministro hubiera gestionado la llegada de una pareja de inmigrantes no casados y con un bebé recién nacido huyendo por motivos políticos y buscando asilo en Egipto hace dos mil años.

Pero esto son solo reflexiones mías. Yo respeto  que cada uno viva su fe de puertas para adentro que es como debe ser y el tema de las concertinas no me afecta.

Al fin y al cabo, mi instrumento es el piano y el problema de la afinación, con llamar a Gabriel o a Wilburg una o dos veces al año, lo tengo solucionado.

lunes, 18 de noviembre de 2013

De utopías y distopías

La distopía es una ficción literaria o cinematográfica que proyecta la mirada desalentadora de un futuro apocalíptico caracterizado por la supremacía de las máquinas y la tecnología frente al sometimiento y esclavitud de la humanidad, el advenimiento de oscuros regímenes totalitarios o la contaminación de la naturaleza en un escenario desolado y desesperanzado para el hombre.

1984, Un mundo feliz o Blade Runner son algunos de los títulos más conocidos que han desarrollado estos inquietantes relatos de un mañana decadente y degenerado.

Hace algunos años, antes de descubrir el amor por la literatura clásica, devoraba con pasión los betsellers de Stephen King (muchos de ellos llevados con mayor o menor fortuna a las pantallas de cine) que alimentaban en mi toda la fascinación por el terror clásico en el que me había sumergido años atrás el maestro Edgar Allan Poe.

Uno de los libros que cayó en mis manos fue El Fugitivo, novela que responde a este esquema de la distopía.  

A pesar de ser una narración mucho más corta que los grandes éxitos del autor  como El resplandor o It, me llamó poderosamente la atención su visión de una sociedad en una profunda crisis económica y moral donde la necesidad y el hambre hacían estragos en una gran parte de la población y  esto motivaba la aparición de una serie de concursos televisivos que, sin ningún escrúpulo, aprovechaban los dramas individuales para ofrecer un macabro entretenimiento al que las personas, despojadas de su dignidad, acudían como un último recurso.

Así, en el programa Caminando hacia los billetes, una serie de enfermos cardíacos previamente seleccionados contestaban a preguntas mientras corrían sobre una cinta transportadora que aumentaba la velocidad a medida que se acumulaban los fallos.

En cambio, el programa de más éxito era El fugitivo, una emisión en la que el protagonista, seleccionado entre muchos aspirantes tras unas duras pruebas, se enfrentaba al reto de sobrevivir a una persecución por parte de los cazadores y de toda la sociedad. 
          Ante una situación de desesperación total, el individuo recurría a este concurso en el que por cada hora que se hallase en paradero desconocido, se les pagarían 100 dólares a su mujer  y a su hija.
Si no lo capturaban en un mes, ganaría el concurso y si  caía en manos de sus perseguidores , moriría, aunque el dinero  acumulado iría a parar a las manos de su familia, que atravesaba una precaria situación económica.


A la luz de esta lectura juvenil  he reflexionado muchas veces sobre  el papel de algunos programas de televisión y sobre el tratamiento de la persona y su dignidad, muchas veces relegado a un segundo plano frente al entretenimiento morboso y circense.

Recuerdo ese denigrante espectáculo que era el Juego de tu vida, un espacio en el que los concursantes sacaban a la luz y sometían a la prueba del polígrafo los detalles más  escabrosos de su intimidad e iban ganando más dinero cuando subían una escala creciente de morbosidad en las preguntas.
Casos reales o comedia nacional, el programa sacudía la dignidad y el respeto a la persona a golpe de billetes y carnaza televisiva.

En otro plano completamente distinto, me detenía , hablando con mis amigos hace unos días, en el programa de Televisión Española Entre todos. Había escuchado hablar de él pero no lo había visto hasta la semana pasada.


No dudo de las buenas intenciones de nadie pero creo que no vale todo y proyectar en primer plano las imágenes de personas asfixiadas por su situación económica  contando, entre lágrimas, su realidad y apelar a la compasión y la lástima de los espectadores para que llamen y les socorran no me parece la manera más adecuada de ayudar a los que peor lo están pasando.

En medio de uno de los últimos programas, unos estudiantes de Trabajo Social llamaron para denunciar que este modo de derivar la pobreza a la beneficencia  es desmontar el Estado del Bienestar y que es tarea de todo gobierno preocuparse de cubrir unos servicios básicos para que estas situaciones no se den.

Se trata, al final, deliberadamente o no,  de un acto paternalista en el que unos se sitúan en una posición privilegiada tendiendo la mano a los que están al borde del precipicio y esto , desde luego, no es atajar las causas estructurales que generan injusticia  y pobreza.
 Y señalar al pobre, poniéndolo delante de los focos suplicando ayuda, probablemente tampoco sea acercarse a él como un igual y reconocer su dignidad.


Muy diferente me parece la labor de los que, además de darle de comer al que siente necesidad inmediata, luchan contra la injusticia que alimenta la pobreza desde todos los frentes y siguen desafiando la etimología ("lugar que no existe") de la palabra utopía.




domingo, 10 de noviembre de 2013

Indumentarias


Me he llegado a este camino de concesiones prohibitivas
por intentar grabar mi estrella en el paseo de la fama.
He ocultado el Sol en una esquina
y he enterrado, en un frasco de cristal, el número premiado.


En la selva urbana
los maniquíes agonizan tras los escaparates
y los pisos vacíos lloran la nostalgia
del frenesí,
de las voraces fauces del mercado
y su implacable dictadura.


Leo periódicos que preconizan catástrofes en diferido
y veo a perdedores romper filas ante escuadrones de obscena indumentaria.


A pesar de todo
el amor se destila en gotas diminutas
que no se encuentran en los estantes de centros comerciales, perfumerías y multinacionales.


Cuando viene el frío me pregunto
¿Por qué seguimos luchando?
Cuando cae la noche pienso
¿Por qué seguimos despiertos?


La respuesta es una fina lluvia que anega, silenciosa, la sombra de nuestros pasos.


Dios o el dinero.


No puede ser.




Nosotros servimos a una causa más elevada.





(Fotografía: Samuel Aranda.http://www.samuelaranda.net/) 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Comunicando, comunicando, comunicando

En las últimas semanas me ha ocurrido varias veces. En el transcurso de una conversación telefónica  me doy cuenta de que, repentinamente, aparecen en la línea un par interlocutores más manteniendo un diálogo paralelo al que he iniciado yo.
Una de las últimas fue hablando  con un amigo de la JEC sobre la preparación de nuestro último encuentro en Fuente del Maestre.  Mientras  comentamos cuestiones de organización,  de correos y preparativos, escucho  una voz masculina y otra femenina un poco más joven que rápidamente se dan cuenta, al igual que nosotros, de que no están solos en este hilo comunicativo.
Yo, muy preocupado por la relevancia de la información que intercambiaba con mi amigo, corrí a decirle que había varias líneas cruzadas y en seguida colgamos para volver a llamarnos. La otra pareja también se alarmó y se cuestionaban si había alguien allí detrás escuchando.
Me ha vuelto a ocurrir, concretamente hoy por la mañana, pero en esta ocasión me he quedado mucho más tranquilo  porque esta semana he descubierto que no soy el único que pasa por esto, que  son muchos los que viven la misma situación cada día y entre ellos parece que se encuentran figuras de altura como Angela Merkel o el mismo Papa Francisco.
Los medios de comunicación son algo delicado pues conectan a personas diferentes en situaciones diferentes pero uno puede respirar aliviado sabiendo que, como el otro día me dijo un amigo, cuando vemos el segundo tick de whatssapp es señal de que Obama ya ha leído la información.



Y a mí este asunto de las escuchas me recuerda a esa joya cinematográfica de Francis Ford Coppola llamada La conversación , una obra muy eclipsada por las dos partes de El Padrino que el director realizó por las mismas fechas y que es un  turbador retrato de un detective experto en vigilancia que es contratado por un magnate para espiar a su esposa presuntamente infiel.
Harry Caul (Gene Hackman) es  un  profesional  de éxito ante los ojos de sus colegas que se siente más seguro escuchando conversaciones de extraños en su laboratorio que en una habitación con amigos, un hombre para quien la actividad de escuchas y espionaje se torna una obsesión a la que le ha llevado su fracaso en las relaciones y su aislamiento del mundo.
Pero la película de Coppola también fue una crítica de la cultura estadounidense  y su moral  que vio la  luz en pleno estallido del escándalo Watergate, cuando se confirmó la existencia de cintas que probaban el espionaje al que había sido sometido el Partido Demócrata durante el Gobierno de Nixon.
De eso han pasado ya cuarenta años y ahora parece que es nuestro Presidente del Mundo y Premio Nobel de la Paz sobre quien se cierne la sombra de la sospecha en un caso de mucho mayor alcance pero el Gobierno de E.E.U.U. se apresura en quitarle hierro al asunto y convencernos de que todo es una cuestión de medidas del servicio de inteligencia norteamericano para luchar contra la amenaza yihadista.

Y yo estoy de acuerdo, pues solo ellos y su cultura hegemónica, su poderoso ejército y sus redes de espionaje pueden velar por nuestra seguridad frente al vecino de enfrente, ya sea demócrata o republicano, comunista o talibán.