lunes, 30 de junio de 2014

Correspondencias


De ínsulas remotas
forjadas en el sueño mitológico
de la roca milenaria
he recibido tus acuarelas cristalinas
el arrullo de la brisa
la abundancia del sol
preñada de alegría mediterránea.


Para arribar a tus playas
solo necesito
la grafía de tu prosa peregrina,
crónica de coral y mañana blanca,
de patios encalados y de tardes
que perfuman los balcones soleados donde se olvidan el tiempo y el espacio.


Permanecer, quedarse
recrear la estancia
hundir los pies en la arena y alzar el vuelo entre postales y cartas
apostrofar a tu imagen en el espejo del agua:
“Siamo noi
o è il mondo
che c´invita a scrivere la storia
nella sua pagina bianca?”





Fotografía: Olga Fernández Casares

domingo, 15 de junio de 2014

Contigo aprendí



A los compañeros de la promoción 2010-2014 del Conservatorio Superior de Música de Badajoz.


A todos los que nos han iluminado, alentando y acompañado en este camino.



         Hace algunos años, en el ciclo de conferencias y conciertos dedicado a Esteban Sánchez, escuché una anécdota que me llamó poderosamente la atención y se me quedó grabada desde aquel momento.

Un amigo del ilustre pianista extremeño hablaba sobre dos de las figuras más relevantes del piano español del siglo XX: el propio Esteban y Alicia de Larrocha. Según contaba, había ejercido como taxista en EE.UU durante un tiempo y, en una ocasión, había tenido la oportunidad de transportar a Alicia a la salida de un concierto. Al terminar el trayecto, la pianista, de manera inesperada, rompió a llorar delante del desconocido taxista. Ante esa situación, él no pudo hacer otra cosa que preguntarle y acercarse a ella con prudencia y cortesía.

Ella le habló de que, en medio del trasiego de su vida de conciertos, de estar alejada de su casa, de despertar en un hotel para coger un avión a la mañana siguiente y dirigirse a otra ciudad que ya ni recordaba cuál era, y a pesar de saborear el éxito y el cálido abrigo del público, sentía una profunda soledad.

El conferenciante reconocía, por otro lado, la felicidad de Esteban cuando, en la cima de su carrera pianística, renunció a prodigarse por los escenarios del mundo para volver a su Extremadura natal a ejercer su magisterio al calor de su gente.











          Desde hace unos años, el corazón de la ciudad de Badajoz,  desde la  Plaza de la Soledad hasta la Alcazaba y las calles y rincones que lo pueblan,  es una de las cunas musicales más importantes de nuestro país, un pequeño rincón de la geografía extremeña que vive, siente y se expresa desde el mosaico de culturas, tierras y personas, tanto del interior (Andalucía, Madrid, Valencia, Castilla y León, Castilla La Mancha, Extremadura…) como del exterior de la península: Ucrania, México, Cuba, Taiwán, Georgia, Polonia, Argentina…

      Como aquellos jóvenes artistas del Renacimiento que, seducidos por el arte de los más grandes maestros de su tiempo, dejaban casa y familia para estudiar con ellos y vivir un período de su vida a la luz de sus enseñanzas, muchos de los que han recibido estas bandas también decidieron, hace cuatro años, dejarse guiar por la emoción que les suscitó una clase o un curso muy especial de piano, de violín o de clarinete, para venir a Badajoz ante la incomprensión, probablemente, de mucha gente que les preguntó que, aparte de eso, qué carrera universitaria pensaban estudiar.

   Nietzsche decía que “la vida sin música sería un error” y seguramente todos los que empezamos esta aventura hace cuatro años ya teníamos claro que, al menos la nuestra sí que lo sería. Pero probablemente ha sido aquí, entre las cabinas de estudio, las clases, los desayunos, los descansos de media mañana y los nervios de antes del concierto, donde hemos aprendido, quizá como Esteban, que la música sin vida también sería un error.

En las aulas del Conservatorio Superior de Música de Badajoz no nos hemos encontrado a glorias de la interpretación musical hablándonos desde grandes nombres y cátedras oxidadas, sino a personas de una sensibilidad privilegiada que nos han abierto las puertas de su aula y de su manera de entender la vida en un camino a veces duro y solitario, pero que nos ha enseñado a mirar el mundo a través de los ojos del arte.

      Mirar el mundo con los ojos del arte es intentar comprenderlo desde el lenguaje de la belleza y esto es, hoy, una necesidad urgente en un panorama social en que el absolutismo de la economía y de sus cifras deja, muy a menudo, en la periferia del escalafón de prioridades a la educación, la cultura y, de manera especial, a la música, a la que muchos se resisten todavía a concederle la justa valoración oficial equiparable a las enseñanzas universitarias.

En la mente de todos nosotros están los nombres de quienes nos han guiado durante estos cuatros años, los que nos han revelado la vida que late entre cinco líneas y cuatro espacios, así como todos aquellos profesores que despertaron y alimentaron nuestra ilusión por la música en las primeras enseñanzas, el grado elemental y el grado profesional. También nuestros familiares, engranajes fundamentales que impulsan y alientan nuestro camino desde su presencia silenciosa en un discreto segundo plano.

La música nos ha enseñado la paciencia y la entrega de un trabajo continuado en el que la espera es un ingrediente indispensable para poder ver los frutos del esfuerzo a largo plazo.
Nos ha enseñado también la organización necesaria para compaginar, desde muy pequeños, distintas tareas, espacios vitales y responsabilidades y hemos aprendido, también, a consagrar largas horas a la búsqueda solitaria del sonido, la imaginación y la inspiración.

Pero, sobre todo, hemos aprendido a comunicar, porque interpretar una obra es dar vida a un testimonio que yace esperando unas manos, una mente y un corazón que den cauce y vuelo a un mensaje siempre nuevo y universal, un mensaje que, hoy más que nunca, el mundo necesita escuchar, y del que nosotros no podemos aspirar a ser más que humildes portadores.

Gracias.