miércoles, 24 de septiembre de 2014

Rebatiendo a Neruda










Me gusta cuando hablas porque estás más presente,
y te mando un mensaje, y el vacío no me choca.
Es como si te acordaras de mi de repente
y parece que mi nombre te encendiera la boca.






domingo, 14 de septiembre de 2014

Pongamos que hablo de Madrid


La semana pasada asistí al Congreso de Teología en la sede de CCOO en Madrid. Espacio fronterizo, impregnado de historias periféricas, de reivindicaciones indomables, de voces ajadas por el tiempo y de discursos utópicos, a veces fatigados por el desencanto de la derrota, pero con aliento vivo y firme de Espíritu y de alegría revolucionaria.

Entre los testimonios, el de un sacerdote que, alejado de los círculos institucionales, ejercía su ministerio en los frentes del sufrimiento y el fracaso de los jóvenes, jóvenes azotados por la droga,  el abandono, la derrota y la exclusión social.

Su voz exhibía la vivencia de aquel cuya rutina es la de bucear en los pozos del dolor y restañar las heridas de los vencidos, mensaje duro y directo, sin ambages ni complacencias vanas y, a pesar de todo, lleno de una frescura, un humor y un vitalismo humano que contagió a todos los asistentes.

En una de las historias que puso sobre la mesa, hablaba de las secuelas psicológicas de un chaval a quien, tras pasar siete años en la cárcel, nadie esperaba al otro lado de los barrotes. “Qué duro tiene que ser pasar siete años en la cárcel y, a la salida, no encontrar a nadie esperándote”.


Esta frase, lapidaria y sin necesidad de apostillas, zarandeó mis reflexiones sobre la espera, la ausencia y el abandono y, leyendo mi historia reciente, me llevó a mirar mi vida y a sentirme inmensamente afortunado y agradecido.

Han pasado solo dos semanas desde mi llegada a Madrid, a esta metrópoli de culturas y miradas heterogéneas que se cruzan y se encuentran desfilando por vías subterráneas y paisajes urbanos que acogen, en el día bullicioso y la noche bohemia, los rostros del protagonismo y del anonimato, de la soledad multitudinaria y la muchedumbre disgregada en caminos de ida y vuelta, rincones habitados y esperas azarosas.

Al llegar, ya estaban esperándome. La casa preparada, la mesa puesta y un lugar de trabajo que respiraba el poso de toda una herencia de jóvenes que me han precedido en trabajar para que desde el estudio se promueva la lucha contra las injusticias y la opción por los más pobres, aquellos a los que nadie espera al otro lado de la frontera.

De fondo, el Crucificado en los miles de nombres abatidos en las Gazas, los Iraks, los hogares desahuciados, las sillas vacías en las aulas de los institutos y las universidades, las vallas ensangrentadas…


La Juventud Estudiante Católica, sueño de una juventud perpetua y rostro de una Iglesia que se funde y sedimenta en la tierra del mundo estudiantil, nos ha dado la oportunidad de trabajar intensamente por un proyecto al que ya venimos tiempo dedicando esfuerzos, luchas e ilusiones.






Y Madrid, urbe forastera y conocida, abre las puertas de su galería de oportunidades personales, culturales y sociales, entintando las páginas de un relato coral al que queremos aportar un nuevo y emocionante capítulo.


Gracias.