lunes, 1 de diciembre de 2014

Impresiones para una noche de piano




Entrar en la calidez del sonido desde la intimidad de las primeras notas de Evocación es detenernos por primera vez en la inflexión de un aroma, en la intuición de una estampa que se dibuja a trazos en la lejanía de un horizonte indeciso. Pero también es volver. Volver a un lugar ya conocido, volver a esa patria primera, necesaria e insondable, depositaria de tiempos y nostalgias. 



Quizá sea porque esta Iberia tiene algo de recorrido inaugural y peregrino, de viaje iniciático, y a la vez huele a regreso , a retorno a la Arcadia, a ese Sur mágico y misterioso, espejo que escapa de las antologías y recupera el imaginario de lo pintoresco, lo desgarrado y lo profundo de una manera de sentir y de vivir, para ilustrar el mapa de una geografía personal y comunitaria, de una historia propia y compartida.




El sábado volví a Málaga, a Antequera, a La Línea, a Badajoz, a los rincones, miniaturas, detalles y lenguajes de un magisterio de cinco años que acrisola enseñanzas para toda una vida.

Escuchar, por primera vez completa, Iberia de Albéniz, de manos de mi maestro de piano, Ángel Sanzo, me llevó a aquellas primeras clases en La Línea de la Concepción que transcurrían entre paseos por atardeceres marítimos y noches que se alargaban con vocación de no encontrar el amanecer.

Ángel me hablaba de la disonancia en la Iberia como un ingrediente fundamental del lenguaje de Albéniz por su vasta polisemia: en Almería, la disonancia era una caricia que coloreaba la música con pura amabilidad. En El polo, marcaba la decidida agresividad  que se expresaba a través de la incisiva precisión del ritmo.

La disonancia, tensión necesaria para experimentar la viveza orgánica de la música, es reflejo, posiblemente, de la propia dialéctica consustancial a la vida humana, en la que la confrontación que serena y desestabiliza nos empuja cada día a crecer y avanzar en una búsqueda y lucha continua con y por nosotros mismos.

Me aseguraba que no encontraría  ni una sola nota en la Iberia que no contuviera multitud de indicaciones precisas y de relaciones intrincadas con otras notas. Toda una arquitectura de enorme complejidad y exigencia física puesta al servicio de un mensaje expresado en el lenguaje universal  de las danzas, los ritmos y las melodías que hablan de los orígenes primigenios de un pueblo y de su historia.

En eso debe de consistir el arte. En desplegar toda una paleta de medios, conocimientos y minucioso trabajo artesano para ofrecer, con sencillez y naturalidad, un discurso que acierte hacia el blanco de la diana de lo que sentimos y lo que somos, que nos emocione por dar forma y cauce a los estadios de nuestra trayectoria vital.



El sábado recapitulé muchas de las lecciones magistrales recibidas a lo largo de cuatro años, lecciones que me abrieron las puertas de la comprensión, hasta entonces muy vaga para mí, de la técnica pianística, y que además me revelaron una sabiduría que trasciende del mero conocimiento, sedimentada a base de experiencias, contrastes y encuentros personales profundos, algo que me parecía esperable de  grandes figuras de manos gastadas y frente arrugada, pero que se me antojaba insólito en un pianista que tan solo contaba treinta y tantos años de edad por aquel entonces.

 Pero si hay algo que me hace descubrirme ante él es la sensibilidad y la comunicación, que no restan un ápice a la elevada exigencia en la consagración al total compromiso con el arte. Y ahí, en ese compromiso por la belleza, no exento de sacrificios, de dudas y trances, aparecen pistas para aprender a vivir, algo paradójico cuando la dedicación seria y rigurosa a este oficio nos lleva, a veces, a alejarnos del trasiego y las entrañas de nuestra propia vida.



Se me ocurre esa clase en la que siempre habla de que tenemos que enamorarnos de aquello que se nos atraganta, que nos resulta especialmente difícil (un pasaje de una obra…) cuando no nos queda otra que convivir con ello. ¿No es acaso esa una verdadera lección magistral para la vida?






También podría detenerme en todo ese viaje espiritual por Liszt y San Francisco que recorrimos el curso pasado, pero hoy me quedo en esta Iberia capital alumbrada tras la gestación de muchos años de convivencia, aprendizaje y búsqueda, de la que algunos, aunque no hayamos acertado más que a vislumbrar la sombra de tus pasos, hemos sido testigos privilegiados.



1 comentario:

  1. Sobrinoooo.... no sabía que escribías con tanto sentimiento; estás hecho un artista; no solo musicalmente, sino del lenguaje. Te deseo toda suerte de éxitos en todos los terrenos a lo largo de este viaje llamado vida. Un fuerte abrazo y muchos besos.

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