viernes, 10 de junio de 2016

Una habitación por estrenar




Tú sabes bien, y yo, los dos sabemos
que un día cualquiera de estos, una mañana, un día
la vida dejará los baches y reveses
y tocará madrugar y construir. Será el momento
de pintar de azul las paredes y los meses,
encalar los miedos, las dudas, los fantasmas
y poner una vela débil, un pábilo prendido
por cada nombre, cada logro,
cada paso en el camino.


Tú sabes bien, y yo, que muchas veces
es duro, nos cuesta, nos cansamos.
Parece que no hay modo, no hay salida
y, sin embargo,
hay una ruta extraña, una senda indescifrable
(solo visible en latitudes compartidas)
de mariposas que cuidadosamente se posan
junto a la palabra precisa, el verbo, la medida,
el verso exacto que anuncia
que bajo la fría superficie de la escarcha
se escucha, tímido, imparable
el rumor de un latido nuevo en cada esquina.


Tú sabes bien, y yo, no hay que engañarse
que no hay batallas cómodas ni dulces despedidas,
que no hay dolor sin reservas
ni justicia sin tripas
pero está por estrenar (verás que será pronto)
una habitación nueva
con vistas a la vida


con todos los amaneceres por desnudar,
con todos los rincones por habitar,
con todas las historias por contar.

Y será tu tiempo, el nuestro y el de todas
las miradas 
eternamente rotas y abatidas


y será el momento, la mañana, el turno, el día
de reivindicar a toda luz, con toda fuerza
la opción preferencial por la alegría.









martes, 7 de junio de 2016

Negociar la identidad

     

    
   Hace poco tuve la suerte de escuchar, en la asamblea del movimiento de Profesionales Cristianos, una conferencia de Carlos García de Andoin, compañero militante, teólogo y psicólogo cristiano de fuerte compromiso político y amplia trayectoria en distintos movimientos de la Acción Católica Española, que hablaba de la presencia cristiana en la esfera pública y del papel que nuestros movimientos están llamados a desempeñar para poder articular una acción significativa en la sociedad actual.

       Carlos recogía con mucho acierto y un toque de humor la situación a la que muchas personas cristianas hacemos frente en nuestra rutina cuando, muy frecuentemente, nos toca explicitar y justificar nuestra fe en ámbitos fuertemente secularizados donde lo religioso no es representativo y la imagen de la Iglesia está totalmente devaluada y carece de crédito.

       Según él, los cristianos y cristianas que vivimos nuestra vocación en medio del mundo, nos encontramos en un estado de invisibilidad social dentro de una sociedad de tolerancia limitada.



      Cuando nos definimos como tales, rápidamente se nos mira con extrañeza y, a menudo, se nos piden cuentas de los errores e incoherencias de la Iglesia y se nos echan sobre las espaldas poco menos que todos sus grandes pecados, desde la Inquisición y la condena de Galileo Galilei hasta la pederastia infantil.

       Ante esto, sostenía que hay dos grandes vías de respuesta que nos permiten salir del escollo ilesos sin entrar demasiado en debates y discusiones ideológicas: la de que nosotros somos cristianos de base, expresión que automáticamente nos sitúa en un espacio de simpatía fuera de toda sombra de sospecha y, por otro, la de resolver nuestra condición cristiana por la vía de la ética, de que vivimos nuestro cristianismo por el camino de la lucha por los derechos y la justicia social.

       Se trata, según decía Carlos, de un proceso de negociación de la identidad en el que reducimos nuestra vivencia de la fe a una serie de elementos que gozan de la aceptación social que todos necesitamos, silenciando o invisibilizando otros menos populares como la eclesialidad, la espiritualidad o el misterio.

       Esta expresión de la negociación de la identidad me resulta enormemente sugerente y me recuerda mucho a unas de mis películas favoritas, Ed Wood (1994) aquel maravilloso biopic - homenaje que Tim Burton dedicó al considerado “peor director de la historia del cine”.




       Johnny Depp encarnaba al malogrado Ed Wood, un hombre entusiasta, visionario y aficionado al travestismo que, sin ninguna formación académica, desarrolló su carrera cinematográfica en el género de la serie B contando con el apoyo de una serie de excéntricos personajes, entre los que se encontraba su gran ídolo Bela Lugosi, el mítico Drácula a quien rescató en el crepúsculo de su vida y el declive de su carrera, asediado por la soledad, las adicciones y la locura a la que le llevó el encasillamiento en su rol principal de vampiro transilvano.

       Ed Wood, con su comitiva de marginados, fracasados y olvidados se lanza a la empresa de llevar a cabo su gran proyecto cinematográfico final pero, ante las dificultades que encuentra para su financiación, se ve forzado a hacer una serie de concesiones extravagantes que pasan por bautizarse por el rito de la Iglesia Bautista de Beverly Hills para ganarse el favor de sus productores, cambiar a la actriz protagonista por la familiar de uno de ellos o modificar el título del film por otro más acorde a las creencias e ideas de su bienhechores. Sin duda, un proceso de negociación de la identidad del que resulta una desastrosa película que poco o nada tiene que ver con la idea inicial del creador.

       Si reflexionamos un poco, probablemente muchas de las acciones y decisiones de nuestra vida suponen actos de negociar la identidad, de renunciar a alguna parte, mas o menos sustancial de lo que pensamos, creemos o sentimos, en pos, como en el caso de Ed Wood, de lograr una aceptación o cauce para nuestro proyecto o, sin llegar a esos extremos, de adherirnos a una causa más global y colectiva.

       Este es el sentimiento que se me presenta ante la nueva cita electoral: las generales del 26J.
 


      Frente a políticos que enarbolan la devolución de la soberanía al pueblo, se nos convoca a las urnas nuevamente ¿para qué? para corregir el resultado de unas votaciones, para ver si esta vez acertamos porque la sociedad debió equivocarse cuando lanzó un mensaje de pluralidad, de cintura para negociar posturas y lograr entendimientos, de una necesidad de gobernar sin amplias mayorías, sin decretos ni rodillos.

       Ante la imposibilidad de jugar con esas cartas, se nos devuelve la patata caliente, y sin que haya habido demasiada autocrítica, sin que se hayan dado pasos hacia atrás ni rectificaciones significativas.

       Y es muy probable que volvamos a ese bipardisimo tan polarizado del que tanto hemos querido huir, solo que ahora con nuevas formas y nuevas caras...o las de siempre.

       Negociar la identidad, dejar atrás los escozores y las incoherencias que nos despiertan los líderes, los programas y los planteamientos de los partidos para intentar adherirnos a algo con la convicción de que solo ese puede ser el camino para seguir apostando por una sociedad más justa, por un mundo más humano.

       Parece peor el remedio que la enfermedad. Parece tremendamente irresponsable permanecer en casa esperando unos resultados que nunca serán satisfactorios mientras siguen las alarmantes tasas de desempleo, de pobreza, de precariedad laboral, mientras se sigue escuchando en diferido el grito de tantos seres humanos que llaman a la puerta de una Europa que continúa replegándose en sus propios intereses y desoyendo el clamor hermano de los que agonizan en las fronteras.

       Negociar la propia identidad, ponerse las pinzas y taparse los ojos para volver a ir a votar porque hay que seguir luchando, porque las soluciones a tantas realidades de sufrimiento no pueden esperar.

       Y ser como Ed Wood, ese visionario loco y apasionado que ponía el corazón en lo que hacía y que se emocionaba contemplando la mediocridad de su obra arte, aunque fuera consciente, quizá, de que había que ser muy ingenuo para no ver los decorados de cartón piedra, los cables, la tramoya y la iluminación artificial.

       De que era demasiado evidente el truco, el engaño y la farsa detrás de cada escena pero que el espectáculo debía continuar a pesar de que el resultado final, fuera el que fuera, siempre dejaría mucho que desear.