Eres
todos los lugares donde has amanecido,
la
luz de cada despertar
en
brazos de aquella persona
a
la que una vez bautizaste con la palabra "hogar".
Eres
el tiempo de espera en tantas estaciones cuyos nombres ya no
recuerdas.
Todas
son la misma. En todas
el
mismo cartel de bienvenida,
la
misma escena de exilios y retornos,
reencuentros
y
despedidas.
Aprendiste
solo a recordar ( del
latín
recordāri
, "volver
a pasar por el corazón" )
la
instantánea de un desayuno a medias y el esbozo tímido de un poema
naciente
al
borde de una servilleta de papel.
Aprendiste
que no había más destino
que
la certeza callada
de
unos brazos, al llegar, en los que sentirte acogido (bendecido).
Nunca
te quedaste mucho tiempo. Nunca
llegaste
a hacer de ese calor una constante, una costumbre, una rutina.
Pisaste
tierra sagrada, te descalzaste, sacudiste
el
polvo a las puertas de cada fracaso, derrota y abatida.
Eres
esa maleta siempre por hacer, siempre por deshacer, esa que siempre
te dejas
en
medio del pasillo de la vida.
Quizá
porque te recuerda tu vocación peregrina, la exigencia
de
no hundir nunca hasta el fondo las piquetas de tu tienda
en el suelo donde pisas.
Eres
la mañana abierta hacia posibilidades infinitas,
una hoja en blanco, un pentagrama,
un
boceto que promete color
en
su versión definitiva.
Eres
todas las copas que alzaste por las causas que merecieron
(y
siempre merecerán)
la alegría.