jueves, 20 de abril de 2017

Primavera frecuente




Es esa sensación. Ya la conoces.
El tren asciende a la superficie
y te sorprende el día
amaneciendo
(ha venido con colores nuevos)

Lees los periódicos. Anoche
lloraron los niños de Siria,
perdieron los de siempre la Liga,
hicieron a Trump presidente del mundo,
mataron a Dios en Palestina.

Y anuncia el Corte Inglés
que la primavera ha llegado
pero yo lo sabía de antes
cuando vi, tímidamente,
tu bicicleta aparcada en mi puerta
y tu vestido de seda
y  tus labios fruta de temporada (tiempo preciso de espera)
y en las yemas de tus dedos floreciendo
alondra de antigua ausencia.

Primavera
que se desborda
por los bancales de barro y de piedra.
Parece que llega tarde.
Parece que nunca llega.
La aguarda tu pecho abierto
como surco sediento en la tierra,
nostálgico
de manos labradoras
y de brotes furtivos de hierba.

A pesar del fuego abierto, los frentes y las trincheras
la primavera es frecuente,
la primavera se cuela
en los pasos, las esperas
las miradas de la gente.

Hay una distancia, un tiempo,

                                                              una luz

que nos apremia.

Abre el balcón. Un campo

            infinito

de aletargados corazones de mármol

está despertando afuera.







Ilustración: Cuando se me da la vuelta el corazón y florece (Técnica: punta seca grabado. María Belén Corso. 2014)

sábado, 15 de abril de 2017

Desde un rincón del mundo

            

         Hace unos meses tuve la ocasión de compartir espacio en un acto con un concejal del Ayuntamiento de Madrid:  Javier Barbero, militante cristiano y profesional de la Sanidad venido del ámbito de los movimientos sociales que hablaba sobre los desafíos y retos que surgen para la nueva política que se ha abierto paso en la escena española en los últimos tiempos.

            En su intervención, articulada en torno a la presencia cristiana en el ámbito de lo público, hablaba de nuevas maneras de gestionar las políticas de lo común, incorporando, entre otras, las perspectivas de la ecología, la mirada feminista o la economía de los cuidados. Pero incidía también en las dificultades que, a pesar de estar al frente de una corporación municipal, se encuentran para trabajar en estas líneas teniendo en cuenta el panorama y la articulación económica y social de la vida.

            "No nos engañemos. Nosotros hemos llegado al poder, pero el poder lo siguen teniendo ellos", decía, haciendo referencia a los bancos, al capital y a todo lo que supone el engranaje de un sistema económico regido por criterios que dejan en los márgenes y las cunetas a tantas personas y al que, desgraciadamente, se han postrado y han reverenciado los poderes políticos con demasiada facilidad a lo largo de la historia y, especialmente, durante la crisis económica.

            Por algún motivo, estas palabras resonaron en mi cabeza cuando tuve la suerte de ser recibido en audiencia oficial por el Papa Francisco.

            "Francisco, tú has llegado al poder, pero el poder lo siguen teniendo ellos", pensaba yo. Es profética la valentía y audacia que tiene el Papa a la hora de posicionarse en materia política y social a todos los niveles, aunque esto le suponga enfrentarse a líderes y poderes internacionales. También sus condenas a un orden económico mundial moralmente injusto que descarta a la persona y tortura nuestro planeta. Y son conocidas las no pocas resistencias que el Santo Padre encuentra dentro del propio Vaticano y las Iglesias locales para todas las reformas que está acometiendo con valentía y aire aperturista.

            La primera impresión que me dio al verlo fue la de una persona cansada, fatigada por la intensidad de su actividad y la fuerza de unas convicciones que, si bien avivan esperanza y entusiasmo en muchos, también generan desconcierto, crítica e incluso rechazo en su propia casa.

            Se me antoja, por las anécdotas e historias que me cuenta su gente más cercana de la Argentina, imaginar al padre Jorge en sus tareas pastorales, celebrando la Eucaristía en los barrios. Acogiendo, consolando y sirviendo a pie de calle. Es, posiblemente, el hábitat más natural para esa mirada entrañable y esa prosa misericordiosa. Pero es, sin duda, una gracia inmensa que un hombre sencillo, un pastor como él haya podido llegar hasta ese faro desde donde ilumina, guía y orienta con intuición certera los caminos de una Iglesia tan frecuentemente alejada de las preocupaciones del mundo, y que parece que, gracias a él, sintoniza de manera novedosa con este.

            Este encuentro y muchos otros me hacen reflexionar sobre la mochila que cada persona lleva detrás, lo que ha podido vivir hasta llegar al lugar donde está, y a tomar conciencia de los lugares y posiciones desde donde nos relacionamos unas con otras.

            En un mundo cada día más globalizado e interconectado, donde una pequeña decisión en un rincón puede tener repercusiones y consecuencias en sitios muy alejados, parece que la relación entre los distintos seres que habitamos esta Casa común es cada vez más estrecha y cercana.

            Pedro José Gómez Serrano apuntaba que, frente a ese concepto tan recurrente de "La aldea global", que evoca una idea de idílica y apacible convivencia entre la humanidad, es mucho más acertado hablar de "El cortijo global", una imagen mucho más ibérica que nos remite a lo más rústico, añejo y arcaico de nuestra tradición, a esos excesos caciquiles entre señoritos y sirvientes que ilustran un sistema de relaciones donde la mayor proximidad física convive con las más sangrantes desigualdades entre las personas.



            Asumir responsabilidades y compromisos en los distintos espacios de la vida nos lleva a tejer relaciones con personas de distintos ámbitos, a hacernos presentes en espacios y foros diversos, y a la necesidad de aventurarnos a salir de nuestros propios terrenos afianzados para aprender a situarnos, leer y mirar desde la mirada del otro, en la búsqueda de la comprensión mutua, a veces desde posiciones muy lejanas.

            Parece que son tiempos en que, en los ámbitos social, político, eclesial... se nos llama a hilar especialmente fino, a saber tender puentes y a lanzarnos hacia diálogos que no sabemos a dónde nos llevarán.

            Y, sin embargo,  es importante no perder de vista la conciencia del lugar del que venimos y desde el que nos situamos, el rincón desde el que miramos o deseamos mirar el mundo, y guardar, desde ahí, una fidelidad profunda a nuestras raíces más asentadas, a la fuente que nos da de beber con más sentido y nos orienta hacia donde queremos llegar.

            Intentar vivir esos días de Semana Santa con cierto sentido creo que tiene algo de tomar esta conciencia.  Mirar al Crucificado, más allá de la devoción y los sentimientos populares que inundan las calles estos días, es reconocer que son pocos los caminos y trayectorias que no se han forjado bajo una base de injusticia, desigualdad y muerte.

            Aceptar que no podemos mirar la realidad de un modo neutro, que estamos condicionados por una historia, quizá privilegiada, quizá no, que nos ha situado en la posición en la que estamos y que esto, a quien más, a quien menos, nos pone sobre los hombros una responsabilidad importante para con los demás seres con los que compartimos nuestra andadura.

            Mirar al crucificado no es mirarlo plenamente si no nos incomoda, nos descoloca y nos moviliza. Aceptar este seguimiento, adherirnos a este proyecto no será una decisión real si no comporta un elemento de subversión con nosotros mismos y con los órdenes establecidos en este mundo.

            Actualizar esta historia, que es nuestra historia, es asumir que la primera y más crucial de las opciones es la de elegir desde qué rincón nos situamos para mirar el mundo. En favor de quien, definitivamente, estamos dispuestas y dispuestos a tomar partido, a leer la realidad, a escribir la historia y a dejarnos la vida.







martes, 4 de abril de 2017

Es justo y necesario



Dicen que la humanidad se condenó
el día en que convertimos en insulto
la palabra “vividor”.
No sé en qué funesto momento, en qué desafortunado instante
equivocamos el rumbo
dando a quienes tomaron
como máxima primera e irrenunciable
la vida
el mayor de los desplantes.

Una suerte parecida debió de correr la voz “amante”,
relegada, por los siglos de los siglos,
al terreno de lo oculto, lo prohibido,
lo profano, inconfesable.
Paradoja extraña, absurda:
ejercitar entre las sombras
el acto tan humano
(y, por tanto, incontestablemente divino)
de amarse.

Se impone, entonces,
pedir perdón por todo el daño causado,
recuperar el tiempo perdido,
consagrar antiguas rutas,
trazar nuevas sendas,
resucitar viejas ilusiones.

Se precisa reclamar, como lícita,
la pasión por el presente
sin cláusulas ni condiciones.

Se exige restaurar, con justicia,
a las manos que bordan
y a las bocas que se desbordan.

Reivindico los fracasos, las heridas,
las secuelas de toda travesía.

Reivindico los amores
a plena luz de vida.