¿Recuerdas la
costilla, aquel primer
momento en que la
vida comenzaba?
Y el mundo tan
reciente a nuestros pies.
Sin huellas, sin
palabras, sin memoria.
¿Recuerdas? Esa
brisa inauguraba
las cimas, los
pilares, los sentidos.
El mar y tú, el primer
atardecer.
La mañana preñada
de sonidos.
De barro los
latidos, los anhelos.
Con pulso de
barro, y barro enamorado,
tomamos todo el
tiempo en nuestras manos.
Guardamos un
jardín de azul y rosas.
Nos miramos, dimos
nombre a cada ser.
Remecimos la medida
de las cosas.
Plantamos a la
sombra, en el ocaso
la semilla de una
tempestad furiosa:
fruta amarga y
profunda de placer.
Derramamos la
sustancia oscura, intensa.
Mordimos el amor a
flor de piel.
Y clamamos hacia
el cielo y las entrañas
de la tierra los
llantos de un destierro
forzoso como todos
los exilios,
eterno como todos
los inviernos.
Y nómadas, al este
del Edén,
olvidamos nuestra
patria, nombre y tiempo.
Nos lanzamos a una
ruta sin destino,
comenzamos un
peregrinaje incierto.
Hoy los vientos nos
susurran ¿no los oyes?
con cadencia de
pozos y silencios
los hogares donde
fuimos, los paisajes
que inventamos en
la sed de los desiertos.
Bocas que vuelan,
estelas, mariposas,
luces blancas
vacilantes en el cielo.
Piedras preciosas
al borde de un camino
que,
inconscientes, recorrimos sin saberlo.
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