domingo, 18 de junio de 2017

Tan diferentes, tan iguales


Mi peluquero se llama Ramzi. Es marroquí. Cada vez que voy a mi peluquería, situada en una calle repleta de comercios, bares y pequeñas tiendas en la zona de Carabanchel bajo, suele haber mucho trasiego. Rara es la ocasión en la que no hay que esperar a que una o dos personas terminen de cortarse el pelo para que te atiendan. Es un barrio de mucha inmigración en el que es frecuente encontrar personas de diversas procedencias siempre que vas a hacer la compra, a pasear o hacer cualquier gestión administrativa. La peluquería no es una excepción y son habituales las conversaciones mixtas entre el árabe y el español más castizo.

Hace unos días fui a cortarme el pelo. Ramzi, que generalmente te recibe y atiende con mucha viveza y sin parar de hablar, estaba esta vez con el ánimo un poco más apagado, macilento, fatigado. Con gesto lento y expresión callada.

Es el mes del Ramadán y, con el calor que está azotando Madrid estos días, debe de ser muy difícil aguantar una jornada entera de trabajo como la de la peluquería, pasando unas dieciocho horas del día sin llevarse a la boca nada de comer ni, especialmente, de beber.

Sin embargo, sería injusto decir que el trato se resintió pues, a pesar del cansancio y el agotamiento físico, Ramzi mantiene siempre la simpatía y el afán de la conversación.

Recordé una ocasión en la que acudí a la peluquería, hace unos meses, y había varios señores presumiblemente madrileños, “autóctonos del lugar”, preguntándole a Ramzi sobre los usos y costumbres del Islam.

Él les explicaba que el sentido que tiene no comer ni beber durante el Ramadán es una suerte de alteridad: tratar, por un tiempo, de experimentar, de ponerse en la piel de la persona pobre que no come ni bebe durante el día.

Eso está muy bien, pero los pobres que están en la calle no comen ni de día ni de noche, y vosotros cuando llegan las diez de la noches os hartáis”.

Ramzi escuchaba en silencio con mucha paciencia y respeto pensando, supongo, que simplemente se trataba de ponerse en la piel del otro para experimentar su realidad, y no de volverse una persona pobre totalmente.

Por otro lado, vosotros en el Ramadán no bebéis alcohol, y todos sabemos que la mayoría de la gente que está viviendo en la calle se pasa el día borracha agarrada a la botella o al tetrabrik de vino”, argumentaba el hombre, exhibiendo bastante desprecio y desinterés por conocer el sentido profundo de esa tradición.

Y dime, Ramzi, ¿en qué mes se celebra el Ramadán? Porque claro, eso de que según vaya o venga la luna cada año caiga en un sitio…¿Eso qué es? Aquí en España la Nochebuena cae siempre el 24 de diciembre y la Nochevieja el 25, de toda la vida de Dios. Pero, eso de que el Ramadán caiga cada año en un sitio según la luna, el tiempo y no sé qué más, ¿eso qué es?”

Ramzi se quedó pensativo y le preguntó:

¿Y la Semana Santa? ¿En qué fecha la celebráis?”





El desconocimiento de lo diferente suele venir unido al prejuicio fácil, al desprecio voluntario y la mirada de superioridad que arrojamos desde lugar en el que nos situamos para mirar el mundo. La cuestión religiosa está encima de la mesa. Lo queramos o no, la realidad de la diversidad religiosa, a través de los fenómenos migratorios, está presente cada vez más en nuestras aulas, en nuestros barrios, en nuestras ciudades. El hecho religioso es un hecho y, desgraciadamente, el panorama internacional nos lo trae a colación demasiado frecuentemente ante los conflictos, crímenes y atrocidades cometidas bajo la insignia de creencias religiosas de distinto signo que se tornan fundamentalistas.

Relacionar, por ejemplo, y como ocurre tantas veces, el Islam con el terrorismo yihadista, es una simplificación y una peligrosa asociación  que nos lleva a vincular lo diferente, exótico o lejano con el peligro o la amenaza, y esto solo puede nacer de la  ignorancia sobre la verdad que subyace tras el credo y la historia de cada persona, de cada cultura, de cada pueblo.

Hoy se somete a debate y se cuestiona desde muchos ámbitos la presencia de la religión en la educación pública, abogando por denegar a la Iglesia Católica el privilegio del diseño y configuración del currículo de esta asignatura y por limitar la expresión de lo religioso al ámbito exclusivamente privado.

Sin embargo, hay voces que, fuera de los posicionamientos de trinchera, argumentan la necesidad de abordar, con serenidad, la presencia el hecho religioso en la escuela desde un planteamiento integral, con atención a las diferentes religiones y elaborando los contenidos correspondientes en diálogo con las autoridades competentes no solo de la religión cristiana, sino de todas las demás.

Parece fuera de discusión que es difícil un acercamiento pleno a la historia del arte, la música, la literatura (pensemos, solamente, en el David de Miguel Ángel, la Sagrada Familia de Gaudí o el Réquiem de Mozart) sin un mínimo grado de conocimiento de la historia y contenidos de las principales religiones de las que bebe nuestra cultura.

Pero, yendo mucho más allá, va a ser muy difícil abordar la tolerancia, la educación para la paz y la convivencia en nuestras clases, en nuestros barrios, en nuestras ciudades, en nuestra sociedad...si no asumimos, como tarea urgente, un acercamiento, desde la voluntad y deseo sincero de conocer y tender puentes con lo diferente, a la realidad de aquellas personas que, como dice el Papa Francisco, “piensan distinto, sienten distinto”.




Las personas graduadas de la Juventud Estudiante Católica hemos decidido este curso enfocar nuestra Acción Común al trabajo por la tolerancia, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, y constatamos que es imposible trabajar problemáticas como la inmigración, los derechos humanos, la convivencia,  la educación para la paz y el papel y el empoderamiento de la mujer, sin abordar las diversas y complejas casuísticas religiosas que se dan hoy en nuestro entorno. Realidades que representan una enorme riqueza de la que podemos aprender mucho, pero que implican también un trabajo de formación, conocimiento y acercamiento real a la práctica, vida, creencia y costumbres de las personas con las que compartimos esta casa común.


En mi opinión, entablar diálogos con las distintas expresiones de la fe es una tarea urgente que debemos abordar, en primer lugar, desde las organizaciones religiosas que trabajamos en los ambientes educativos y sociales, pero también desde toda la sociedad. Se trata de una necesidad que, lejos de clausurarse en el espacio privado, está llamada a ser una preocupación compartida que se aborde desde el ámbito de lo común, lo público y lo colectivo.







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